viernes, 9 de febrero de 2018

carta de amor para alguien que no existe

recuerdo en los poros de la piel el sol frío    de   la   ciudad dorada,

                                                                                 y               que 

me gusta la miel cristalina,   
 que se escurre ,
como se escurren      
      tus            lágrimas saladas 
                                                                 sobre mis mejillas
y a veces sobre mi
                                      lengua 



la gente reza 


y reza

 y 



reza


y

se queda sin tiempo de escuchar


se queda sin tiempo de sentir


se queda sin tiempo sin sentir sin otra gente que bendecir

llevaré siempre en los huesos las derrotas y las tardes de insolación,
          el calor que entra por mi boca, hacia mi garganta y directo al estómago
y se siente familiar, 
pero sería enfermizo mencionarlo 
enfermizo,
con zeta
como el viejo al que llamáis tiempo
ese que se cuelga candelabros en las orejas y baila de cabeza en las cornisas como pasatiempo ordinario,
guarda aves muertas dentro del cajón de una cómoda de vidrio soplado sobre la cual se columpia una triste, 
una ninfa, 
y está en una jaula pero no se la puso tiempo
ella se la inventó


entonces:

las derrotas y las tardes de insolación,
                las noches borrosas en las que corría por el dédalo sin 
dirección,

tropezando con maniquíes de medio tiempo,  
que lavan la ropa ajena en cajones de madera y con agua de pantano,
con pijamas
 que repiten las palabras
 que pronuncio
 casi al unísono y como un mantra,
mientras restriegan lentamente sus rostros contra el concreto,
los observo y siento que lloro por dentro, 
que lloro adentro,
y escurre de mí
una lágrima espesa y roja , 

que termina hundiéndose en el suelo

y saboreo con los labios hinchados
 una sangre que hierve, pura

que vulgar es mi puta naturaleza

(xeso) 

me invento que te invento,
que no existís,
que seguís atorado en los sueños que tenía de pequeña,
que tenés mil versiones distintas de una misma 
y que estás tan pirado que ya no puedes no estar bien,
y que te preocupa dices, y sonríes cada vez más
y no me explico cómo no me estalla el mundo
                                             en las manos
cuando te toco
y cómo aún gira la tierra cuando 
tus manos 
aprietan mi cuello
y es tan suave
                   la noche que cae sobre mi pecho, 
cuando me desnudo 
ante el espejo del cuarto con el sillón rojo 
y las ventanas que dan directo al techo del vecino,
       que saluda, y desea ,
       pero no es un bastardo y respeta, 
entonces pienso que no hay mucho lío en si me ve las tetas
                            o cuando me voy inclina delicadamente la cabeza
 para ver bien el movimiento de mi vestido 
                         contra mis piernas morenas,
ese cuarto en el que nunca me dejasteis sola,
ese cuarto del espejo enorme
                          sobre ese mueble tosco y sin uso 
sobre el cual
                 quite una vida



 y fingí dos .




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