jueves, 23 de octubre de 2014

De ti nace el arte, de alguna manera.

Tú siempre oliendo a cerezas muertas, y yo cantándote siempre las mismas canciones. Como si eso fuera a curar a alguien.
Nosotros siempre mirando con acerbo a la ventana, como si eso fuera a romperla. Como si alguien fuera a romperla. Como si fueran a encontrarnos. Como si no estuviésemos condenados.

"Mira la ciudad, qué sucia."
Te digo como si no pudiese decir otra cosa, y en realidad tú sabes que no puedo decir otra cosa, que el tristísimo frío gris hormigón está aquí desde antes que tu pálida y maltrecha espina dorsal, y muchísimo antes que mis 15 febreros. Pero no pasa nada, piensas, no pasa nada.
Te callas, porque mis dedos están sobre tu yugular, y no quieres que se vayan de ahí. Al menos que no se vayan tan lejos.
"Mira las personas, qué sucias."
Me sonríes. Tienes la voz más ronca que de costumbre, y no debería ser así. Por eso le doy otro trago al maldito vino. Piensas en lo fortuito de mis gestos, y en como podrías repetirlo hasta la locura, como si se tratase de alguna película rodada en súper ocho, de esas que te tienen para sí solas cuando quieren y cuando quieres.
Piensas que siempre te gustaron las mujeres que no eran en nada como yo. Que yo me veo cansada, puteada, melancólica, infinitamente triste. Piensas que no sabes. Que conozco a mis pájaros azules, y a mis canciones de despedida, pero que nunca se lo enseño a nadie, aseguras. Que porque a lo mejor así las ventas de mis libros caen en Europa.
Pero te digo que yo no soy escritora, y me río, te digo que yo no sé darle forma al pensamiento.

Te cantaría otra vez, si me quedara voz, o alcohol, que de ti nace el arte, que me gusta el olor a cerezas muertas y la manera en la que te tiembla el cuerpo entero cuando mis dedos emprenden el camino hacia tu espalda. De alguna manera, de ti nace el arte. Y los frutos en otoño.