martes, 6 de mayo de 2014

Derechito y rápido.

"Cuando los adultos dicen: Los adolescentes piensan que son invencibles, con esa sonrisa mañosa y estúpida en sus rostros, no saben cuán en lo correcto están."

Marginados.
Hay una idea aplastándonos el cerebro contra el cráneo insistentemente: Quiero salir de aquí.
La razón es que no queremos esperar hasta morir para darnos cuenta de que no hemos hecho más que vivir encerrados en una misma insípida ciudad, con los insípidos recuerdos de una insípida adolescencia que consistía en una rutina insípida: ir al instituto, tomar las clases, desayunar con un grupo insípido de adolescentes que bien podían pasar por ancianos de piel tersa y grasosa, volver del instituto, hacer tareas, dormir, despertar e ir al instituto. Y que los días más emocionantes y alejados de la rutina eran sin duda en los que había cenas familiares. Sarcasmo. Y eso en la adolescencia, porque de la universidad y el ejercer de una carrera es mejor ni hablar.
Queremos salir, y buscar algo. Buscar un Gran Quizá, sea lo que sea. Lo queremos. Y queremos saber cómo salir del laberinto del sufrimiento.
Preferimos, aunque sea repugnante a partes iguales, llegar a los 79, sí no morimos de cáncer o en un accidente-suicido antes, y percatarnos de que hemos dejado la vida atrás, y que no tenemos más que 79 años, fotografías y cuatro gatos. Lo preferimos, aunque dé asco. Porque entonces tendremos recuerdos grandiosos y devastadores, y nombres flotando en nuestras cabezas, y rostros carentes de nombres, y olores imperceptibles que emergerán de nosotros de alguna manera inexplicable, y que se parecerán a los perfumes que alguna vez olimos. Si llegamos a los 79, habremos tenido ya una vida, y ya habremos encontrado el Gran Quizá que tanto queríamos encontrar, dándonos cuenta de cómo las personas que conformaron nuestra vida llegaron a personificarlo, y ya no nos importará demasiado lo que venga después, porque ya sabemos que lo que vendrá después será la desintegración. Se han encargado de enseñarnos muy bien que todo lo que se une se desintegra, y que por eso los huesos terminan por convertirse en polvo. Tenemos 15, 16, 17 y 18 años, y un montón de títulos de libros que vamos a leer cuando cumplamos 79 años.

Ciertamente somos invencibles. No hay nada en lo absoluto que nos pueda romper a tal grado que nos deje arrinconados, con los nudillos amoratados y las muñecas sangrantes. Nada en lo absoluto.
Incluso, en el acto de la rotura, hallamos una satisfacción incomprensible y retorcida. Porque entonces sabemos lo que ocurrirá después de eso, y no es precisamente el que nos volvamos polvo.

He ahí tu laberinto de sufrimiento. Todos nos vamos. Encuentra tu camino fuera de este dédalo.


lunes, 5 de mayo de 2014

El mejor día de mi vida.

Sonó el alarma-reloj... No levantes la ceja, ya se que no te gusta cuando hacen como una palabra de dos, dices que es mejor las corten y hagan una sola o que mejor nada. Entonces, el alarma sonó a las 8:00 a.m., porque el reloj marcaba esa hora.; y ya sabes, el mecanismo.
El caso es que me desperté aturdida por el sonido inhumano, y con razón, porque el alarma-reloj es una máquina con engranajes y esas cosas que tienen los relojes despertadores. Pero últimamente me pregunto si nosotros no tendremos también un mecanismo así escondido en alguna parte del ser. Tú dirías que es el ser mismo. Y probablemente así es.
Pude haber obtenido algo más decente, algo que tocara música de la radio o una melodía menos antinatural cuando menos, pero en la tienda de los relojes preferí llevarme el que sólo producía un sonido como gutural y agónico en clave "Bip, Bip". El comercial me miró con desdén cuando de entre los tres relojes que me mostró escogí el más feo, pesado e inhumano. Y me soltó con la sonrisa ladeada y las cejas levemente levantadas: "Es usted una mujercita bien acostumbrada a sufrir, ¿eh?", ni siquiera pensé en responder cuando ya había salido de la tienda pegando un portazo magnifico.
El comercial se río de mí cuando intentaba separar el dinero que había que entregarle del de los cigarrillos de la noche, y con razón, qué puedo yo hacerle. Te puedes creer que se le salió una lagrimita por el ojo izquierdo, y se la limpió con un pañuelo rojo que se sacó del bolsillo y me dijo: "Yo te enseño a sufrir bien, mujer".
Y seguro que ahora tú también te estás riendo de mí. No te culpo, soy un mal chiste.
Pero yo no tenía pensado hablarte sobre eso.
Retomemos: Sonó el alarma-reloj a las 8:00 a.m, y yo me levanté aturdida por el ruido inhumano del alarma-reloj. Puse la palma sobre el aparatejo, que bien podría pasar por un bloque de concreto, y le pegué unas cuantas veces hasta que se cayó lejos de la cama. Me senté sin abrir los ojos todavía. Había bebido Strawberry Hill con mis tías los últimos dos o tres días. Mejor dos que tres días, considerando que empecé el viernes, y ese día, me dije, no podía ser domingo. Era sábado. Abrí los ojos y ni te cuento. Esquivando el desorden bajé a buscar a las viejas; las encontré dormidas en el suelo de la sala-cocina-comedor, una sobre la otra. Tú sabes que son dos, pero que son como si fueran tres. Por eso del doppelgänger. Entonces caminé por la diminuta sala, esquivando los enormes cuerpos, hasta llegar al radio. Sonaba esa canción de Lady Day y las tres, no te miento, se levantaron de golpe.

—Hoy es sábado, tienen que ir a visitar a María, ya saben como se pone cuando no van. Aprovechen que es temprano y váyanse ya.
—Tenemos que hacer las valijas.
—¿Están en broma? No sacaron más que el vino rancio de las bolsas negras. Váyanse ya.
—Me duele hasta el alma, no quiero conducir.
—Pues que conduzca la doppelgänger.

Se fueron como dos horas después de jaloneos y gritos, y el sacar la ropa de la valija para meterla otra vez, para evitar que vaya con arrugas. Esas mujeres son como una resaca que da por tener resaca.
Yo tenía trabajo que hacer, así que me vestí y me largué.
Como se me había hecho tarde por culpa de mis tías, tuve que tomar el autobús. Estaba casi vacío.
Me dejó unas calles antes de mi trabajo. ¿Te acuerdas que quedaba en un callejón? Siempre hay gatos, y huele a sopa. Es por el restaurante chino que queda al lado.
En cuanto llegué a la puertita azul metálico me encontré conque rada. Toqué unas tres o cuatro veces, porque aunque ya suponía yo que nadie iba a abrirme, detesté la idea de irme sin antes tocar la puerta. Entonces toqué la puerta y nadie me abrió, y regresé por el callejón, levemente asqueada. Le atribuí esto al olor a sopa y a los gatos, ya sabes que si algo me pone mala son esas dos cosas, y luego estando juntas. Lo de la puerta cerrada... "Bueno, aveces Mario, el jefe, cierra por cosas suyas. Pero llama a sus empleados para avisarles y tal. Pero bueno, se habrá quedado descolgado el teléfono y por eso no lo habré escuchado", pensé.
Fui al parque, a ver si me encontraba a alguien con quien pudiera pasar el domingo. Porque ya sabes que yo no puedo pasar los domingos sola.
Te va a parecer una exageración, pero el Doctor me recomendó pasar el domingo con alguien. Bromeó diciendo: "Es que yo creo, señorita, que si usted no pasa cada domingo del resto de su vida acompañada... yo creo que usted se nos anda muriendo, fíjese."
Y yo sé que bromeaba, pero a mí me dio un miedo tremendo de todos modos.
No hallé a nadie en el parque.
Tenía pensado volverme a casa, comer, hacer unas cuantas llamadas y quedar con quien fuera para el domingo. Pero empezó a llover. Date cuenta del absurdo. Y yo tuve que meterme en un restauran barato en el que comí y cené.
No me encontré con nadie en esas cuatro horas de lluvia imparable.
Llegué a casa a eso de las 10:00 p.m. Pensé que me sería complicado hallar a alguien en casa y despierto. Pero me serví la última copa de vino rosado, me acune en el sofá rojo de la sala de estar, y me puse el teléfono sobre las rodillas. Lo levanté para llamar y como que me vibró en la mano. Me lo acerqué a la oreja y oí voces tontas del otro lado del auricular. "¿No contesta? Háblale tu, Cata. Que ya mujer. Estoy borracha otra vez, carajo."
—¿Tía?—dije con recelo, a pesar de que ya sabía que era mi tía quien estaba dialogando con mi otra tía y su doppelgänger.
—¡Ay, niña, hasta que te dignas a hablar!
—Hubo una confusión en la línea, tía.
—Fíjate que yo y tu tía estamos en la estación desde la tarde-noche, llamándote. Nos quedamos sin puñetero coche, y se nos están acabando las monedas también.
—¿Qué hacen aquí?
—Pues que hoy es domingo, listilla. Y Maria salió al puerto hoy, y cuando nos dispusimos a regresar, se nos averió el coche y tuvimos que volver en tren. Todo por tu culpa, mujer. Un día te vas a morir y ni cuenta te vas a dar, con lo distraída que eres.
Solté el auricular.
—¡NIÑA, CONTESTA! ¡VEN POR NOSOTRAS, MUJER!
—¿No te contesta?
—No.
—Qué muchachita.

jueves, 1 de mayo de 2014

Una disculpa para todos los lectores, de los malos, malos escritores, y Del.

No todo es una historia de amor (roto), de encuentros (in)fortuitos, de absurdo sufrimiento.
Creedme, que no todo es el constante reclamo a las ausencias, ni 199 poemas que hablan de lo mismo y terminan vulgarmente con un "Te quiero, tuya/o siempre."
Hacedme caso cuando les digo que no todo son las inagotables escenas patéticas vaciadas en lágrimas y adjetivos y recuentos. Ni las típicas historias irrepetibles sobre dos personas que se aman y se destrozan mirándose a los ojos para asegurarse de cualquier cosa.
Ni son los 1999 cigarrillos fumados.
Ni el estómago que se cansa de ese humo y lo quiere soltar a arcadas. Como con la puta alma.
Y no, tampoco los 45 minutos conduciendo y las siete horas en avión.
Lo cierto es, y lamento mucho deciros esto, que a los escritores, malos, malos escritores, se nos
ha olvidado (tan siquiera un poquito) hablarles de la humillación.
(Humillación porque a estas horas de la tarde no sé qué otro sustantivo quede para esto.)
Se nos ha olvidado contarles sobre ese jueguecito enfermo de las mentes, en el que se coge
una imagen ajena, y se le distorsiona.
Y de como uno, como malo malo escritor, se deja distorsionar.
Te amo, te amo, alter ego. Te amo. Siempre.
Uno termina llevando otro nombre en la mente del que juega, y vaya a saber Dios si también otras formas. El lío es que uno sigue siendo uno, fuera de la mente del otro, y mientras el otro ama desesperadamente, uno se muere. Porque cuando cae la madrugada y el/la otro/a, el/la que juega, se queda dormido/a, es uno con sus sentimientos y su nombre y sus formas y su insufrible andar por un pasillo interminable. Y el/la otro/a que sonríe mientras duerme y, parece mentira, pero hasta se le escucha pronunciar ese nombre que ha creado para el/la que ama (el/la distorsionado/a), y parece más mentira todavía, pero de repente se le sale llamar al/la pobrecillo/a "Doppelganger".
Te amo, te amo, doppelganger. Te amo. Siempre.
Y yo creo que también se nos ha olvidado deciros que nos ha tocado escuchar algo como "Si de algo sirve, ella/el también sabe que existes."
Y el enfermo, el que distorsiona, no entiende la gravedad de lo dicho. No entiende. Y por la puta que nunca va a entender. [...]
Y no sé si ha ustedes ya les hayan hablado de cómo se llega a rastras hasta el/la enfermo/a ya curado/a. Y de cómo hay que decirle Te amo, para que él/ella contesté Lo siento pero no puedo decir lo mismo. ¡Y, eh, que aquí viene la mejor parte!
 Uno, todavía en el piso y con el cuerpo sucio y agrietado, pregunta ¿Por qué dejaste de quererme? , y el/la curado/a responde Dejé de querer al mundo.
Y puede que lo más triste del asunto es que uno termina por separar al que le amó del que dejó de querer al mundo. Y a ese primero le llama Z, o una cosa así, y también alter ego.
Y ya no sé qué tantas cosas hayamos dejado pasar, pero se entiende lo cansada que he quedado luego
de localizar el núcleo del error, y se entiende si me largo a fumar un cigarrillo o si me aviento desde el techo hasta las baldosas.
Entonces eso: me disculpo por todos los malos, malos escritores.