viernes, 27 de diciembre de 2013

He salido a eso de la 1:00 p.m. Le he dicho a mi madre "Voy a caminar" y ni siquiera me ha escuchado. Estaba silbando esa canción sobre el reno de nariz roja, otra vez. Suele despertarse a las 5:30 a.m, tres y media horas después que mi padre. Es una putada porque en cuanto despierta, silba. Me ha despertado ya varias veces. Silba y silba. Rodolfo, así se llama el reno, tenía la nariz roja. Y eso a mi madre la hace chillar.
Cuando es diciembre, todos están vueltos locos, en casa. Es porque hace frío y porque llueve.
Hoy es diciembre, 27, y está lloviendo. Tengo los dedos fríos. Todos en casa duermen. Tienen encima cuatro o tres cobijas. Todos duermen, menos mi madre. Ha de andar metiendo la mano en el saco de lentejas. Pero qué digo si la que anda fuera es ella no yo. Ha de andar mirando de frente a los tenderos,para causarles repugnantes emociones. Si la ves de frente el estómago se te pone al revés. Quién sabe por qué.
Yo debería estar durmiendo, en el techo, con una manta encima y un cigarrillo lastimosamente empapado entre los dedos. Pero es que he salido a eso de la 1:00 p.m, a caminar. Pensé que si iba al río quizá podría toparme con un barco, y que podría largarme de una vez. Pero no fui al río, por eso he vuelto a casa.
Fui a dar a las vías. Cerca de casa está una vieja estación de tren. Me han dicho que le prendieron fuego hace ya mucho. Iba de largo ya cuando volteé hacia la ruinosa estación, y pues claro.
No me subí a los raíles, porque estaban mojados. Me limité a patear las piedras de granito.
Jugué, como cuando era pequeña, a pisar las piezas de madera. Si hubiese llegado a pisar donde no había más que piedras, hubiese perdido, y me hubiese tenido que volver a casa en ese mismo instante.
Y así iba, pisando las piezas de madera nada más, hasta que di por terminado el juego porque pues ni para qué. Di por terminado el juego en cuanto me agaché a coger una hojita. Y luego otra, y otra, y otra. Y una rama. Y otra hojita. 
Las hojitas estaban mojadas, por eso los dedos se me pusieron tan fríos. Porque las juntaba y jugaba con ellas un ratito, y estaban mojadas. 
Se escuchó el tedioso lamento del tren, que venía sin muchas ganas, y yo ahí, parada, inerte, con las hojas y ramas en una mano y con piedras en la otra. Unos hombres de espaldas a mí me hicieron señas para que me quitase de las vías. Gañían, y yo me doblaba de la risa. "Rarrrggg" "Rarrrgggg" Creyeron que yo cucú. 
Me giré del lado del puente y caminé hacia él. Y los monstruos dejaron de advertirme sobre que el tren iba a hacerme trizas. Me senté en una banca de piedra a ver cómo pasaba el tren, y cómo los árboles se movían. Riéndose todos, menos el guardia de aquel sitio, que parecía asustado. Y es que se me habían ensuciado las botas y mi cabello estaba enmarañado y las mangas de mi suéter estaban cubiertas de lodo. Y lloraba. Estaba tan triste, porque todo era tan hermoso.
"La verdad es que esto no es verdad. Es una ilusión. La ilusión de otra ilusión. Una cuerda de la que se tira hacia atrás. Un tirar vertiginoso. Pero estoy llorando, joder, y tengo las botas sucias y la nariz roja, y al sentarme en esta banca he afirmado con coraje que esto sí es real. Y nadie me había dicho lo contrario. Oh sí, oh sí que es verdad. Tengo los dedos fríos. La verdad ha de estar en eso. En que llevo las botas sucias y el cabello hecho un lío, y en que he juntado un montón de hojas secas, sin saber para qué. ¿Pero dónde?
En la nariz roja. Por eso las madres lloran. Y había también un acceso. Eso había dicho, Horacio. ¿Un acceso a qué, para qué? ¿Por qué había que llamarle así al alejarse todavía más de lo lejano, con la persona de las manos de humo?"
Estaba demasiado cualquiercosa como para entender cualquiercosa, por eso me fui a saltar en los charcos y a jugar en los columpios. 
Había un relieve bajo. Una depresión. Y había llovido. Y la depresión se había llenado de agua. 
Cogí un puño de piedritas y me quedé con tres. Las demás las tiré desde arriba, para que salpicasen.
Me senté en la tierra, y metí la mano en el agua y toqué el paso que ahí había. 
Me puse en pie y camine de vuelta a la entrada, y cerca de la banca estaba el guardia. Me preguntó sonriendo como imagino hacía mucho no sonreía "¿Ya te vas?", y me volví, y asentí, sonriendo también, como hacía mucho no sonreía. Y me fui, le di de lado. Luego pensé que ojalá hubiese llevado las piedritas en la mano y no en el bolsillo, para darle una.
Pero ya le había dado de lado, y ya no me apetecía volverme hasta la banca para darle una piedra. 
"Se la daré luego, ni que se le fuese a poner al tren. Y si sí, los hombres le gañirán para que se quite."

lunes, 16 de diciembre de 2013

Desesperada. Torpe. Necia.
Como el frío.
 Necesitada. Necesitada de un dedo
que se atreva a entrarme hasta la tráquea.
Que me haga cosquillas en la campanilla, con eso basta.
A la una.
Y que todo salga.
Ahí, en el piso, en el azulejo.
A las dos.
Nuestros intestinos. Qué desastre más asqueroso.
Tres.
Atracadas.
Eternidades.
 
Y se ríen.
Y cómo carajos no van a reírse de la niña.
La niña pierde los zapatos y se queda dormida.
Dormida fuera, donde no es su casa. Así dicen.
Y que nos jodan a todos por eso.

"Aunque aquí entre nos, deseo desesperadamente
que alguien venga y me folle a las ganas.
Con ganas.
Y que me deje chillando.
Y que me diga "No chilles, no te amo, no chilles"
 
¿Quién no ha llorado mirando el reloj?
He matado al amor de mi vida
y lo he metido en un reloj.
Cucú.
 
Jaquean.
No se callan, no se callan.
Se crecen.
 
Gañidos. Te arañan.
Paf, se acabó.
 
 
 
 


domingo, 15 de diciembre de 2013

He revuelto todo lo ya revuelto y guardado (arrojado) dentro del baúl de roble moro que cogí de aquella cabañita que nos encontramos. 

—¿De verdad vas a llevarte eso? —me preguntaste doblándote de la risa, y el umbral, que estaba a unos muchos metros de mí, apenas se apoyaba en tu espalda— Te he vuelto loca.
—No te crezcas que ya me recogiste así.
—"¿Vas al bar? Yo quiero ir al bar. Quiero subirme en tu coche y que me lleves al bar." Y te llevé a un bar donde sólo servían cerveza, y luego, cuando ya estabas tan terriblemente ebria que le hacías platica a cualquiera, me confesaste que odiabas los bares y la cerveza.
—No me acuerdo. 
—Te recogí loca, sí es cierto. Subí a una loca a mi coche y la llevé a un bar. Olías a durazno y a licor barato, y llevabas un vestido rojo manchado de lodo, por eso te subí al coche. Y por eso te llevé a donde sólo servían cerveza.
—Ya, bueno. ¿No vas a ayudarme con esto?
—¿Para qué quieres llevarte eso, Alicia? —y ya no te reías.
—No sé, para meterte ahí cuando te mate.
—Seguro que ya han metido a un muerto ahí, antes.
—No hay nada. Ya lo revisé y no hallé nada.
—Alicia...

Estaba buscando mi caja de tizas. Creí haberla metido en el baúl, y así fue. Y que me jodan por eso.
Te maté, Z, y te metí en el jodido reloj baúl. (He escrito reloj en vez de baúl. Qué putada) 
Abrí el baúl y ahí estabas. Muerto. De tantos colores. Muerto. Irremediablemente muerto. Cucú. 
Había films. En uno de ellos nos reímos recordando ese momento en el que el bus comenzó a alejarse y nos despedimos haciendo un gesto con la mano. Nos reímos porque yo recargué la cabeza en el vidrio para ponerme a llorar, y porque tú te largaste volando. Nos reímos mucho, en el film. No me parece, de todos modos, que podamos reírnos de eso jamás.
En otro, yo llevo una camisa a rayas y tú una muy rara. Yo te molesto, poniéndote la cámara muy de cerca. Quiero fotos de tus ojos, es sólo eso. Es sólo que tienes los ojos más bonitos que haya visto. Sólo eso.
Hallé corcholatas, no sé cuántas eran pero se me caían aun juntado las manos. Recordé los días de verano. Eran una puta tabarra. Despertar, estirar la mano, coger una cerveza, sacarle la corcholata y arrojarla al baúl como actividad productiva, claro; lanzar el envase de vidrio por la ventana y pobre del que fuera pasando por ahí y pobre más de mí todavía que escuchaba todo el parloteo del vidrio contra el suelo y las hojas y las gentes..., y coger otra cerveza. Y así hasta que el sol concluía su perezoso recorrido de la puerta hasta mi almohada. Y entonces me levantaba de la cama, pisando la alfombra sucia con los pies descalzos. Y me daba pena el algodón manchado, y salía al jardín, y me sentaba al lado de la fuentecilla y encendía un cigarrillo. Había un Piyama que también resultó una puta tabarra. 

—Estoy enamorado de ti, Marcela. Podría volar hasta ti, Marcela. Aunque yo fuese Ícaro y tú Sol. Y eres Sol, y yo soy Ícaro, de verdad que sí.

El cigarrillo se apagaba, antes de la mitad, a diario. 

Es porque eres Sol, y Viento está harto de ti, por eso te apaga los cigarrillos. —me dijo el Piyama en cuanto un cigarrillo se me apagó, era la tercera o cuarta vez, y yo me le quedé mirando como si fuese un ave muerta Por eso y porque si te quedases aquí sentada por más tiempo, seguro que pondría esta corona de flores en tu cuello. Y Viento no quiere eso, Sol. porque Viento también volaría hasta ti si fuese Ícaro."

Me andaba entonces a un cuartucho que olía a libros viejos. Había un tocadiscos. Era necio, muy necio. No se podía tocar nada que no fuera de Lady Day. Ahí los cigarrillos me los apagaba yo, con las manos torpes o con los pies descalzos. Solía machacar fresas y moras y hojas y casi todo lo que hallaba y que fuese propenso a ser machacado. Me manchaba los dedos para pasarlos por un lienzo, o por las paredes, el piso, los muebles o los libros... Pasaba los dedos manchados por donde se me diera la gana.

En otro de los tantos cuartos, había una maquinilla. Ahí iba cuando las quemaduras, en las plantas de los pies y las palmas de la mano, me hartaban. A diario había una hoja nívea, bien sujeta con el pisa-papel. No llegó un día en el que la tinta se agotase. Era cosa del Piyama, por supuesto, que me amaba desde fuera, con la nariz pegada a la ventana. Lo supe porque una vez me eché a llorar sobre la maquinilla y él de tan asustado que estaba lloró también, y entró cómo pudo, llorando y gritando y se tumbó en el piso. 

De eso no se trata, Z. ¡De eso no se trata, joder!
Pero ya qué más da. Ya no me apetece escribir nada más. Y ya está. Ya ni para qué las putas tizas.




(De esto tampoco se trata, y ya no se trata de nada en realidad, ni de abrir los ojos, ni de irse fácil)


miércoles, 11 de diciembre de 2013

"No todos suben a la azotea...", así dijo. Y es cierto. Y que nos jodan por eso.

Era la 1:25 a.m y salí a buscarte, a tu casa, porque Creta se había puesto a gritarle otra vez al tejo y qué fastidio porque Dédalo fabricó unas alas con cera e hilo para él y otras para Ícaro y le dijo que no volase alto porque el sol y que no volase bajo porque el mar. Y qué pena porque todos sabemos que Ícaro voló alto y el sol le jodió las alas y movió los brazos y en vez de volar se cayó al mar. Y de verdad que qué risa.
No te lo vas a creer, o quizá sí, pero me había dejado los zapatos en el charquito ese, o debajo de aquel montón de tierra. No me acuerdo, pero el caso es que iba sin zapatos y de la arena brotaban plantitas verdes y yo las pisaba, porque quería pisarlas y ya está.
Llevaba crispetas saladas en uno de los tantos bolsillos del pijama, porque sé que te gustan. En lo que pisaba las plantitas verdes, me echaba a la boca una o dos, pero de mantequilla. Porque pensé que quizá te tenían muy harto ya y que si te las daba te tirarías al piso, y que empezarías, como si estuvieses masturbando a la tierra, a hacer un agujerito con los dedos. Pensé en cómo cogerías las crispetas y las pondrías ahí.
Es que siempre he querido tener un árbol de crispetas de mantequilla, y me apetece tenerlo aquí. He visto el sitio y he pensado ''Eh, es aquí donde ha de estar el árbol de crispetas... de mantequilla.''
Pero qué joda porque no te encontré en casa. Ni en la azotea ni con la nariz pegada a la ventana. No te encontré..., y de todos modos las crispetas ya venían frías.
Supongo que saliste a buscarme por las esquinas de tu calle, (y es que quién sabe cuántas esquinas tenga tu calle) creyendo que olía a crispetas recién orneadas.
Supongo también que te perdiste por el camino. Viajar a ningún lugar es complicado, y es que, K, no me buscaste nada más en las esquinas de tu calle.





(No sé por qué no nos encontramos, Kölmen, si andábamos sobre los mismos pasos)

Kölmen

domingo, 10 de noviembre de 2013

Oniria busca con quién sentarse en la cornisa a coger asteroides con la lengua.
Con dedos fríos, Reum se ofrece como numen.
Advierte sobre su miedo a los trenes, y escatima en detalles...
Se limita a abrazarse a las entrañas, con fuerza, y a temblar como si no hiciese frío.
Le va bien hallarle forma de nihilo a las nubes. No sabe jugar a la rayuela.
Tiene que agacharse para que las ramas de los árboles no le den en el rostro.
Oniria asiente despacio y se lleva una plantita a la boca.



¿Te acuerdas de la primera vez que nos conocimos?
Yo me había ido a París en una embarcación mediocre .. Cuando te conté porqué, me miraste como si fuese un gatito. 
"Eres como un gatito. -me dijiste - Un gatito muy tonto."
Con las manos frías en la baranda me doblaba lo más que podía. Me llenaba de un vapor cortado (o algo parecido) que flotaba sobre el agua... Daba la sensación de que en cualquier momento desaparecería, pero sólo daba la sensación y ya. 
Me dolía el cuerpo entero, como si me hubiesen cortado con pequeñas cuchillas para luego untarme sal en vez de cualquier otra cosa. Todo bajo propósito.
Te acordarás... Hacía un frío del carajo y yo que nada más vestía una polera con el logo de una banda terriblemente desgastada, (la polera... y la banda por igual) debajo llevaba un vestido negro que a causa del sol se había vuelto gris. Eso y botas negras, desgastadas también.
Te reías diciendo que cualquiera me habría tomado por suicida.
A mí eso no me causaba tanta gracia. 
"Lo cierto es que he venido a París a suicidarme.", te decía mientras dejaba la piruleta sobre la mesa para coger el cigarrillo casi muerto del cenicero... y te echabas a reír.
...Terminaba riéndome también.
Nuestras risas se vivían por toda la pieza. Iban extendiéndose, metiéndose entre los rincones, batiéndose con el humo y con el frío, levantando a las hojitas del suelo, rompiéndolo todo, ahogándose en los charcos de alcohol que dejabas, creciéndose, esas cosas... hasta convertirse en gañidos
Luego a los dos nos daba por llorar. 
Quién sabe a qué hayas ido tú a París. Nunca me contaste... quizá porque nunca te lo pedí. No sé.

-Tú y yo no somos de aquí, no hay más.
-¿Pero qué dices? ¿De dónde vamos a ser entonces?
-No sé, pero de aquí no.
-¿Crees que alguien nos encontrará?   
-...  

   
Reum busca con quién echarse en la azotea, a rayar nubes con dedos fríos.
Oniria no dice nada. Comienza a subir la escalerilla de metal, nada más.
Reum enciende un cigarrillo y asiente.




   

lunes, 28 de octubre de 2013

Horacio, Horacio...

Putas ganas de echarse a correr.
(Putas ganas de deshacerse en el camino.)
¡Cuánto quisiera romperme a la mitad de un grito!
Hay que sonreír, como si vivir mereciera la pena.
¡Hay que cavar un puto agujero y esconderse ahí!

Respira hondo plácido, relájate, déjate llevar, déjate llevar a...
¿A dónde vais a llevarme?


He tratado de evitar encontrarme con la niñita del espejo, y con las otras tres también.
He tratado de esconderme en los huecos de tu playera. Los ojos de la muerte. En tus ojos.
Posiblemente sí estoy muera... ¿Podés llevarme al vacío así, Horacio? 
Ya no me apetece despertar.
Arrúllame, Horario, cántame aquella canción... Puisque la terre est ronde mon amour t'en fais pas mon amour t'en fais pas. 
Horacio, estoy cansada... 
Horacio, hace frío, mucho frío, en el dédalo, hace frío...
Horacio, bien sabes que he cerrado la puerta y que he dado vuelta al cerrojo y que me he quedado inexpresiva. Sabes bien que en la puerta hay una "P" con tinta azul, y que sobre ella hay una "L" a lapiz y que sobre la L a lápiz hay una Z con tiza y cenizas... Ya sabes, Horacio, que hay después de la Z.
¿Cómo es que se puede iniciar anhelando echarse a correr, Horacio, y desintegrarse en el camino..., y terminar llorando, en el suelo, frente a la puerta en la que ya casi no se diferencia la P de la Z, con un cochecito rojo en la mano, con el antebrazo rasguñado por los monstruos...? ¿Cómo es que se puede ser tan... tan (ni puta idea de cómo terminar la frase)?

(Déjate llevar, déjate llevar al vacío)

domingo, 27 de octubre de 2013

Fotosíntesis.

Cosquillitas en el estómago. Margaritas. Un cochecito rojo.
"Me gustan los cochecitos", dices y alguien se ríe. Soy yo quien se ríe. Soy yo. 
(Hay que escribirlo más de una vez para poder creerlo. Soy yo, quien ríe soy yo. Yo riendo porque te gustan los cochecitos y porque siempre cargas con uno.) 
Labios que (apenas y a penas) tocan mis dedos; los mismos que se pasean como pajaritos sobre mi cabeza.
Tu frente que neciamente se queda con la mía y... "Lo siento". "No digas lo siento".
Tienes la nariz chistosa y los dientes grandes. 
Tus brazos son delgados. Bien podría confundirles con tizas.
Me gusta como el viento te bate el cabello y ...
La cadena que trae Jacob al cuello, que me enreda las piernas.
Nos reímos porque hemos quedado tan cerca que..., y porque no hay que decir lo siento.
Tendré que irme acostumbrando a no cubrirme el rostro con las manos cuando intentes abrazarme, si no seguiré picándote los ojos con los dedos.
Hacía tanto que ...
Cosquillitas en el estómago. Pareciera que nos conocimos en el Pont Des Arts. Margaritas. Un cochecito rojo. Gatos. Me acaricias el cabello y (...). Sos como un gato. Ser como un gato. Horacio que nos sonríe desde la ventana. Tus dedos enredándose en mi cabello. Tu cabello que es un lío. Líos bonitos. Me haces sonreír como sí ... Fotosíntesis.



(La parte más bonita no la he podido escribir. No hay que joderse.
Hay que olvidarse de todo lo nuestro, y sonreír. 
Convertirse en el cuarto de pánico del otro.
 Sonreír como si vivir mereciera la pena.)

domingo, 20 de octubre de 2013

A la una, a las dos...

Trizas, como tela, que caen sobre los hombros y las zapatillas. Y uno se siente tan miserable.
Manos, como tela, que se enredan en el cuello.
Esas cosas, como tela.
...
Me he sentado en una banca de piedra creyendo que... Y he recargado la cabeza en el respaldo y he cerrado los ojos.
Me he dormido.
De esas veces que pareciera que vas en un bote, acariciando a tres lenguas juntas. Imperiosas, dulces e inoportunas lenguas rojas.
Los coches andan con prisa, puedes escucharles, como cuando los animalitos querían secarse y entonces armaron una Carrera de Comité. 
(Todavía no me has explicado cómo es que el Dodo la arregló, Horacio. ¿Porqué coño quieres contármelo hasta invierno? No sé si sabías que el invierno empieza el 21 de diciembre, y... ¡Pues claro, cojonudo!) 
Hay que dibujar un circulo, o lo que sea. No importa la forma. Nada de "a la una, a las dos, a las tres." Uno empieza a correr cuando se le da la gana, y lo mismo al detenerse. No es fácil saber cuando termina la carrera. Nadie gana. Todos ganan. La carrera acaba cuando...
He despertado en la azotea. Me ha hecho cosquillas en la punta de la nariz, con sus pestañas.
He encendido un cigarrillo y he pensado en Yuki. 
Me he vuelto a dormir.
Ya no hay coches, ni animalejos corriendo como les apetece. 
Hay la voz de Insomnia y la de Oniria. Sus voces contando... No sé qué cuentan, pero escoce.
Ya no puedo dormir, ya nadie da vueltas, ya nadie trae dulces en los bolsillos, ya no hay luces, ni piedras, ni bancas en las que bien se puede esperar, ya no. Ya no hay su lunar entre los dedos, ni la punta de su nariz.
Ya no hay tizas, ni cigarrillos, ni putas ganas de lamer más letras, ni...
A la una, a las dos, a las tres.

...






(Le mira como si... -Alicia, toma este cuento pueril, y con mano bondadosa ponlo donde...
-¡Que se te corra la tinta, hijo de puta!- Le interrumpe.)

viernes, 11 de octubre de 2013

Soy yo, somos.

Se me han vuelto a hacer trizas en las manos.
J y Z hechos trizas, en mis manos, otra vez.
Nunca se ha de estar bien junto a la fuentecilla y los pijamas rosas porque enciendes un cigarrillo barato y cierras los ojos y los abres y los ojos desorientados y temerosos del torpe pijama rosa están sobre los tuyos.
Cerca. Muy cerca y te sientes en él y te dice que sí es real. Y sí es real.

Podría, quizá, tomar esta situación por la muñeca y pegarle un letrero en la frente o arrinconarle en el rincón de lo que no importa y doblarme de risa y sangre al compararle con la rayuela o con un desagüe lleno de pecesillos. Lo mismo, al fin y al cabo.

[...]

Cuando el tiempo y las tizas y Z y J y todo se me hace trizas en las manos, es como jugar a la rayuela.
El cielo está en el desagüe lleno de pecesillos.

La otra noche un gato se detuvo de golpe a hacer quién-sabe-qué, le vi desde detrás de los barrotes y el humo, y le llamé y me miró como si...
Me han dicho que los gatos no ocupan de un nombre porque saben quienes son, no como los humanos.
Le conté al gato que te quería, que te echaba de menos, y bajó la cabecita y se marchó.
¿Si entiendes?
Qué triste.

Hay que abrir los brazos y dar vueltas con los pies descalzos y pincharse con las hojas de pino y colgarse del árbol que está en el sótano, o taparse la garganta con píldoras, meter la cabeza en el horno, esas cosas y dar vueltas con los pies descalzos en el patio, sobre la rayuela y las hojas de pino.
Y tirarse al desague (para nadar con los pecesillos).

...


domingo, 29 de septiembre de 2013

Rayuela.

Cortázar, autor de Rayuela, decía que los libros no se agotan en el análisis, que hay que vivirlos.
Y eso, sin querer (en verdad no quise), fue lo que hice: viví Rayuela.

Los primeros párrafos del capítulo 7, que me llegaron como viento matinal, difusos y sangrantes, me agarraron por la muñeca y me llevaron hasta la librería. 
En medio, ( no encima ni al lado, en medio) de tanto absurdo y tanto de todo tan triste, tenía Rayuela abrazado contra el pecho, como cuidándome de lo triste y de lo absurdo camino a casa, como golpeando con sus hojas todo pensamiento poco coherente y esas cosas.
Me senté frente al comedor, ya en casa, y desgajé el libro con cuidado y violencia. Lo cierto es que estaba ansiosa de tener con que escaparme de mí.
Recuerdo haber tomado el libro con ambas manos y haberlo conducido directo a mi nariz; olía a leche, incluso a cigarrillos. Lo puse sobre la mesa y lo abrí con un cariño frío que no parecía venir de mí, cosa que me asusto, entonces Cortázar pateó su piedrita a la casilla 1, abriendo así un juego que, aunque todavía no sabía, no me apetecía jugar. 
Había unas letras mayúsculas contando algo de un tablero de dirección, y bajo ellas, otras tantas pero ya minúsculas; se leía: "A su manera este libro es muchos  libros, pero sobre todo es dos libros. El lector queda invitado a elegir una de las dos posibilidades siguientes:"
Inocentemente creí que Cortázar sí que me ayudaría a escapar de mí. Todo eso del tablero, no lo sé...
Opté por, primeramente,  leer el libro de forma corriente, porque estaba consciente de que no tendría la capacidad de leerlo a saltos, de que me desesperaría y terminará arrinconándole en mi pequeño librero.

Apenas había llegado a la segunda página del capítulo uno, y ya me había percatado de que el libro que olía a leche y cigarrillos no era parecido a nada.

Solía leer el libro en las madrugadas y adentrarme en él de manera absurda. 
Me era terriblemente sencillo hundirme en la incoherencia arañada de coherencia que Cortázar manejaba, y me era sencillo perderme pensándolo a él mecanografiando todas esas letras. 
Muchas veces evité siquiera voltear a ver el libro; estaba tan cansada de mi absurdo, que no me apetecía estar cansada del de Rayuela, principalmente del de Horacio que me hacía cerrar los ojos y sentir cosquillas en las plantas de los pies y esas cosas. 
He ahí la razón de que haya tardado tanto en terminar el primer libro, y la de que me haya abstenido a continuar con el segundo. Falta de valor.
Muchas veces me dio por cerrar el libro de golpe; un ejemplo de ello es cuando llegué al capítulo 44 que contaba algo así: "En la oscuridad se besaban en la nariz, en la boca, sobre los ojos, y Traveler acariciaba la mejilla de Talita con una mano que salía de entre las sábanas y volvía a esconderse como si hiciera mucho frío". Ese capítulo estuvo lleno de todo lo que ya no quería saber, y así fue con muchos otros.
En ocasiones como esa parecía que Cortázar iba siguiendo cada trazo que yo hacía sobre la acera, tratando de que su tejo quedará idéntico al mío y lográndolo, aunque no del todo.
No sé si me explico; era como si me hubiese escrito tiempo atrás, y en ese preciso momento estuviera obligándome a leerme, entre ese frío y esa gente. 
Era una sensación tan cruel que me daba por cerrar el libro de golpe y abrazarme a mí misma, con repulsión.


Había leído, por coincidencia, historias "extraordinarias" de personas que se habían formado a través de Rayuela, que decían que sin darse cuenta sus vidas se habían cocido en el caldero lleno de letras de Cortázar.
A mí lo que me iba ocurriendo tras pasar páginas y cerrar de golpe, era que me iba encontrando conmigo, con Cortázar, con todos. 
Así como lo decía Talita al principio del capítulo 47: "Soy yo, soy él. Somos, pero soy yo, primeramente soy yo..." Rayuela es Cortázar, y los personajes, y los lectores, y todos.

Considero que Cortázar, a pesar de haber hablado y de haber oído hablar tanto sobre Rayuela, nunca entendió la magnitud de su obra. Quizá Cortázar nunca supo de cierto que en su libro estaban todos, que su libro era de todos, hasta de los que no lo entendían y mejor le tiraban al tacho de la basura. 
Puede parecer una incoherencia, pero en tanto absurdo, en tanto humo y tanto Jazz y tanto de todo eso que es Rayuela, hay la realidad, o lo que sea que es cada uno.

De Rayuela, esta obra que conmocionaba hasta a los analfabetas del 63 con su puro nombramiento, hay tanto que decir que nadie dice nada, y eso lo dice todo. 
No hay manera de explicar Rayuela en términos metódicos. Todos esos que la han examinado y estudiado, destripándola, rompiéndola en el intento de quitarle la pulpa y dejar al descubierto sus nervaduras, todos esos no hacen más que negarse a sentir el libro.
Sentir Rayuela es entender Rayuela con la nariz y las pestañas. 

sábado, 21 de septiembre de 2013

"Se hizo una fotografía y la tituló 'Esperanzas muertas', porque de eso se trataba todo."


Una voz desolada me suplicaba "Sing me to sleep. and then leave me alone." 

Grandes ojos cafés, cabello ondulado, labios preciosos que se mueven inseguros en el intento de una sonrisa (muda).
Lo más real que en mi mente ha aterrizado, desde hace mucho.
Tú, por supuesto.



¿Te acuerdas de aquel día en el que me mostraste el poema de Michael?
Te acercaste a hurtadillas, con el libro en las manos, (ya no se te notan tanto las cicatrices, eso ha de ser bueno) lo pusiste sobre mi butaca y te volviste a la tuya. 

Una vez en una hoja amarilla de papel con rayas verdes 
escribió un poema 
y lo llamo “Chops” 
porque así se llamaba su perro 
Y de eso trataba todo...


Terminé de leer el poema, (que por cierto, y no te dije, pero tú lo supiste, me rompió como si yo fuese una ventana y él un grito) cerré el libro como suelo cerrar libros cuando lo leído descoce, y respirando frío apenas te miré.

-¿Cómo te sientes?
-...

Escuché como dejabas caer unas cuantas letras... 
Y tu rostro y tu sonrisa, tan tristes.
A ti te rompió tanto como a mí.

¡Joder, Mónica, eres la misma chica desalineada que se iba hundiendo como en un submarino roto, en Promesas-Decepciones!
Sólo que ahora tu submarino tiene un parche, para cubrir la rotura, y ya no escuchas Promesas-Decepciones, tampoco combinas pantaloncillos cortos con blusas flojas a rayas y converse.
...Entonces quizá no eres ella, pero te le pareces bastante.

Cuando eramos cercanas, (cercanas en realidad y no lo que es una foto en FB con la etiqueta "Te amo", sino más bien helado después de la escuela y platicas manidas sobre cosas sin mucho sentido) yo no era más que una mentira, y no supe abrazar lo maravillosa y rota que tú eras. 
Luego, cuando todo comenzó a desmoronarse (y si te pones a pensar, se desmoronó tan rápido que no dolió), yo comenzaba a ser marañaras y sal... Y para no empezar con pavadas, me limito a escribir que tampoco en ese entonces supe abrazarte a pesar de que conocía tus cicatrices. No supe o no quise, de eso no estoy bien segura. 
Fui una egoísta... yo debí abrazarte y decirte que no eras nada de lo que creías, debí cuidarte... debí muchas cosas, pero no hice nada. Y sí debí, Mona, sí debí. 
La historia de cómo fuiste capaz de ocultar las cicatrices más que a base de sonrisas, ha de ser maravillosa. Si es que existe, claro.


...No sé bien que haya pasado contigo todo este tiempo, pero vislumbré un montón de caídas cuando te pregunté que porqué antes veías películas de suicidio y tú dijiste "Estaba mal...", y entrecerraste tus ojitos y sonreíste con una tristeza que...


 -Disculpa si divago, es que me resulta raro escribir esto. Es como escribirle a una imagen borrosa y difusa.-

Mentiría si dijera que te conozco. 
Hoy que es sábado, que mi vida se ha vuelto un dédalo y que tú te has sacudido quién sabe cómo la inseguridad conforme a las blusas transparentadas, no te conozco.
No sé cuál es tu color favorito, ni porqué. No sé si te gusta leer cuentos por las noches o si sufres de insomnio, no sé ni siquiera si sufres. No sé cuál es tu comida favorita, aunque de seguro tienes más de una.
Cuando mucho sé que te gusta el poema de Michael (que por cierto, termina del carajo) y la parte en la que le responden a Charlie que aceptamos el amor que creemos merecer. 
Te he visto releerlos varias veces.

Y a las tres de la madrugada se metió él mismo en la cama
 mientras su padre roncaba profundamente.

Por eso en el dorso de una bolsa de papel marrón 

intentó escribir otro poema 
Y lo llamo “Absolutamente nada” 
Porque de eso trataba todo en realidad 
Y se dio a sí mismo un sobresaliente
y un corte en cada una de sus malditas muñecas
Y lo colgó en la puerta del baño 
porque esta vez no creyó 
que pudiera llegar a la cocina.


...



(Yo mataré monstruos por ti, sólo tienes que avisar.)

jueves, 19 de septiembre de 2013

Otra vez un cigarrillo, dolesciendo entre labios que no son míos.
Otra vez la hoja en blanco y el lapicero negro.
Otra vez las grullas de papel picándome los ojos.
Otra vez la tiza en las plantas de los pies.
Otra vez tú, entre plantas verdes. Y tan bobo piensas que son bufandas.





"La rayuela se juega con una piedrita que hay que empujar con la punta del zapato.

Ingredientes:
-Una acera.
-Un zapato.
-Un bello dibujo con tiza, preferentemente de colores.

En lo alto está el Cielo, abajo está la Tierra.
Es muy difícil llegar con la piedrita al Cielo, casi siempre se calcula mal y la piedra sale del dibujo."

(Julio Cortázar, el que no sabe pensar. Rayuela. De las páginas que huelen a vino y a cerezas. Et tou nos amours. Et tou nos amours.)




Por qué no habría de apagar el cigarrillo contra el marco de la ventana y bajarme de ahí en un sólo salto, y luego, haciendo trampas, ir del cielo a la tierra...
Por qué no habría de coger las tizas y menos de $200.00, salir a la calle y andar sin pisar las rayitas de las banquetas, tomar un bus esperando que me lleve a una ciudad que no conozco, o una isla fría, en el sol. Lo que sea va bien.
Por qué no habría de buscarte en los peores barrios y a las peores horas.
Por qué no habría de tomarte por el antebrazo y atraerte hacia mí, unir mi cuerpo al tuyo casi con violencia, y besarte la frente y que la llovizna se vuelva tormenta y esas cosas.
Por qué no habría de...
-El cigarrillo se apaga entre mis labios, dejando caer como en un suspiro unas últimas cenizas que puisque la terre est ronde mon amour t'en fais pas mon amour t'en fais pas.-
Pues por eso no.

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Puta rayuela.

"...Ni que tuvieras lenguas en los dedos, Talita"
¿Has dicho lenguas?
Soy yo, soy él. A Talita le gusta jugar con la grabadora. También le gusta la limonada.
No sé porqué me imagino su limonada rosa y su cabello enmarañado, amarrado en un chongo a la altura de la frente.
Nadie recuerda tu nombre.
Sombras. Lluvia matinal, en sábado.
No es sábado y no llueve.
Cigarrillos y grullas de papel.
Ya volaron.
Ya no hay cigarrillos.
El cuento de la chica (bufanda roja) que tanto disfrutaba de los pecesillos de colores, en el desagüe. Pobrecilla, le dolía tanto el mundo. Su novio ("Novio", que palabra más imbécil. Habrá que repetirla muchas veces frente al espejo, para que así se deshaga. Luego, quizá luego...) tomó un tren, que para ir a no sé dónde y así salvar a Alicia. (¿O no se llamaba Alicia?)
Joder, ese hombre, se llama... ¡Le han dado un tiro!
Ve cómo cae la sangre sobre las flores blancas. Y los otros tocando (instrumentos) y besando (bocas y cuellos).
Otra vez la lluvia matinal.
Ya es de noche.
La pieza en París.
"Has de cumplir con tus deberes". 
He de encerrarme en mi habitación por al menos 3 años, cojonudos.
Eres una cojonuda miserable. Eres hermosa.
Me quedo con lo de cojonuda miserable.
La pieza de Pola en París.
¿Por qué, Horacio? ¿Por qué?
Fire, fire.
Fechas.
Restos.
Cuántas luces.
Restos de fechas.
"Mira, un pedacito de nosotros", y me entrega un pedacito de escombro al que llama piedra con forma de piedra.
Ya cállate con la piedra, Marcela. Si no te callas con eso, tomaré la piedra y la pondré en tu garganta... 
Los ojos más bonitos que jamás haya visto.
Tantos cristales en la azotea... Se me encajarán en las plantas de los pies. 
Mujer entre plantas.
La vida entre las piernas de una mujer llena de plantas.
Besos en las heridas, para sanarles pronto y así poder volver a cortar sobre esa misma piel.
¿Por qué, Horacio? ¿Por qué seguís en la ventana, che? 
Amacanándote en la ventana, Horacio. 
Te ves tan chistoso, como si estuvieses hecho de tiza. 
Nada más no te caigas, Horacio, porque si no cómo voy a besarle la nariz.
Mira cuántos pecesillos en el aire, cuántas aves en tus labios. 
-¿Qué coño pasó con el hijo de puta? 
-¿Con el que desapareció?
-Sí.
-Pues nada, los pandas gigantes delineados con tiza, ya sabes.
-Jo, ¿quién ese que se anda paseando en bicicleta?
- Uh... Jim (?)
-Oh, pues va en ropa interior, ¿no te resulta raro, Marcela?
-Los pandas gigantes delineados con tiza, los hombres casi desnudos que andan en bicicleta, ya sabes.
No he ido a la playa más que una vez, y ni ganas de volver. Para qué te miento.
No me apetece volver a pisar la arena caliente, esas cosas...
Pásame los fósforos.
¿Por qué se ha enrollado con la rubia? Era evidente que la mujer traía un cuchillo entre las pantaletas. Tan idiota.
¡Cállate, niña!
Y terminábamos durmiendo juntas...
Lluvia matinal.
Te echo de menos.
Nunca me han gustado las bufandas.
¿Entonces no nos casamos?
Vaya a saber -había dicho Horacio...
¿Y la Maga?
Echo de menos a la Maga.
Pobre de su chico. Rocamadour. Maldito egoísta.
Pola tenía cáncer. Todo culpa de Lucía.
Antonio, Antonio... ¡Hijo de puta!
¿Cómo se llamaba el poeta que se suicido por culpa de Carmen? Ah, Nicolás...
Idiota, idiota Nicolás.
Traveler. Ese maldito otro.
Ojalá hubiese buscado el pasaje.
Así todos contentos.
Nunca nadie nada como tú.
Y aunque no crea en los para siempre... Pon tu rostro justo debajo del mío, para verme. Yo no puedo verte. Nadie sabe porqué. Y tú dices que te gusta observarme. Pon tu rostro justo debajo del mío, pega tu frente a la mía. Debajo. Para vernos.
Las puntas de nuestras narices.
Tan bonito.
El niño dijo: "Calla a este desconocido con un beso".
Diciembre... Tan vino rosado (como el cabello de Ella y el té...) , tan "Joder, no puedo permanecer ni un minuto más despierta, pero el pobre está ebrio y roto... Seguro que está roto; por eso que me contó J, mi buena amiga J... Vaya, me ha pedido que lo ame. Y lo ha escrito mal. Joder, no puedo permanecer ni un minuto más despierta, pero..."
Mirá (sí con acento en la letra "a") , no ya no mires nada.
Para cuando te decidas a...
Anda, lanza la piedrita que...
¿Piedrita?
Para jugar a la rayuela se necesita una piedrita, sí.
No me vengas a joder con eso.
¡Cállate, Marcela y lanza la piedrita!
Ya se ha salido de la casilla, has perdido, boba.


¡Ay, Horacio, te dije que no te fueras a caer! 
Cuando menos has caído en el cielo.


lunes, 16 de septiembre de 2013

La soledad me escuece los labios.

Se lea la fecha que se lea, encerrada en un rectangulíto gris, es mentira. Hoy es miércoles, 7 de agosto.


Desperté debido a que el dolor, ligero e insistente, se tumbó sobre mis labios.
¡Joder, cómo escuece esta soledad!
Me quité la sábana de encima y la lancé lejos de la cama. 
Permanecí sentada al borde por unos minutos, y rompí a llorar. Así nada más.
"Joder", susurré al sentirme en patetismo, y con violencia me limpie las lágrimas del rostro y el cuello.
Y pensar que tus labios habían rosado el mismo sitio que ahora mis dedos coléricos maltrataban.
Encendí la lampara de noche y observé la lluvia por el ventanal. Ni siquiera sonreí.
Eché un vistazo rápido al reloj. 

-"3:15 a.m. Joder, qué bien me vendrían un cigarrillo y un café ahora mismo.", dice Vía.
-"Pero no hay café. Mucho menos cigarrillos.", le reprende L.
-"Hay ausencias. Se pueden fumar." dice Vía.
-¿Y qué vas a beber?, pregunta L.
-Hay ruinas también... 



(Y la soledad no escuece sólo los labios, has de saber...)


viernes, 13 de septiembre de 2013

El pijama azul que vestía de café.

...Entonces el pijama azul me miró y me dijo "La vida va y viene." y lo miré y le dije que no. 
Otro me preguntó que porqué no y yo le dije que porque no. 
Me pidió que le explicara y se llevó los dedos a la barbilla. (Como los escritores que se llevan los dedos a la barbilla y se muestran interesados en cómo se debe cortar la cebolla para la torta de navidad.)
Yo le dije que no, que no iba a explicarle nada, que porque no me apetecía hablar así. El pobrecillo se tuvo que guardar los dedos y fingir un mohín para borrar el gesto de interés de su rostro, que por cierto es muy chistoso.

Los locos se fueron yendo uno a uno, dos y luego todos. Yo me fui a sentar al piso frío del dédalo y... 
...De tomar la vida como sinónimo de sentirse vivo, el pijama azul tendría razón: la vida va y viene. 
Y luego ya no viene, nada más se va. Y se va, y se vuelve a ir, pero sin volver. 

Y es como lo que me pasa.


(Cabello y zapatillas azules batiéndose entre el viento y los charquitos. Lo mismo que marañas y sal.)

jueves, 12 de septiembre de 2013

Quizá algún día, luego de muchas madrugadas, muchas vidas, mucho de lo que sea, podamos volver a no entendernos, y a decir que aquello nos hace bien. Quizá y hasta sea verdad.
Quizá...
Quizá... ¡Joder!
...Míranos desde el lado de allá; lucimos más rotos que los extraños que, tomados de las manos, se hundían en Clocks. 
No personas que se quieren, extraños.

¿No te has puesto a desbaratar aquello?
Clocks que es relojes, que es tiempo que es en domingo. Que no es. Que no debe ser porque los domingos no tienen horas. 


La confusión nunca termina,
paredes que se cierran y relojes que hacen tic-tac
van a volver y llevarte a casa.
No pude evitar que ahora lo sepas.



No sé si me creas que aquel día se ha hundido en la opacidad desde que subí al camión que me trajo de vuelta a este sitio. Este sitio en el que sin saberlo (nadie sabía) habría más miseria de la normal.
A veces no me acuerdo de tus ojos, ni de tus dedos.
A veces me despierto confiándome en que todo ha sido un sueño, y en que jamás...
Pero me veo las muñecas y no, no...
Otras veces, mi habitación huele a ti, a tu cuello. Los cigarrillos tienen un sabor salado, que se le parece mucho a tus labios. El frío juega, como tus dedos, a enmarañarme el cabello..
Y yo siento quererte, hasta con la nariz...

...

He tenido que aplastar tantas letritas con el pulgar, ¿sabes...?
Sí, sí sabes. 

Me falla la fuerza y concedo que no hay nada de malo en hacerte saber que el día se ha enredado entre las piernas de una mujer cubierta de plantas, y que quizá luego... 
... Quizá luego (porque acuérdate que dijimos "Hasta luego") cuando estemos curados, podamos jugar en aquel puente en el que hay un 70% de probabilidades de morir.




(Si le ves desde el lado de acá, pareciera que me he puesto a escribir una carta, a lápiz, de despedida o algo parecido, (evitando mencionar lo mucho que me gusta el lunar que tienes entre los dedos y...) que la he releído una, dos, tres veces, con un cigarrillo entre, una, dos, los labios, tres veces; que he concedido con tristeza y pena que no quiero despedirme y que entonces he tratado de borrarle, pero que la fuerza me ha faltado y me he ido a arrinconar... Y pareciera que entonces la hoja mal borrada se ha quedado sobre la cama y que...
You are home where I wanted to go.)