viernes, 26 de diciembre de 2014

Dánae.

Quise culpar a febrero por mi pérdida,
pero algo en el ambiente, en el vapor frío que se escapa de mi boca entreabierta,
me advirtió
que si algo era, fuera lo que fuese,
no era febrero.

Y tu sonrisa quebrada y burlona negaba que yo hubiese perdido cualquier cosa.

Traté de entender tus ojos, con un cigarrillo anclado en mis parpados,
y algo en las pocas luces de esta pequeña ciudad me aseguró que sangras.
Que sangras a gruesas gotas oscuras.
Que tus ojos, puertas al manicomio, se abrieron a las noches mediocres de este mundo desde hace tanto...
Y sin embargo, te paseas por la casa con tus medias rotas y el cabello hecho una maraña,
sonriéndole a los espejos, de madrugada.

Eres como un incendio a mitad del bosque, mujer, como un incendio: condenada a tu carne en mi carne, a tu espíritu en el mío.

En mi intento absurdo por unir tu cuerpo al mío, tú ni siquiera intentas tocarme, ni siquiera intentas engañarme. Como confesándome que en ti, para ti, el mundo ya se ha acabado de morir.


Y sangro, yo también, a gruesas gotas.
Y mi voz, de golpe, es esta:
¡Yo es que ya no sé rogar, ya no sé suplicar, ni por mí misma!
Les pregunto, si no están ya muy hartos del color de mi sangre.
¡Yo es que ya no sé rogar, ya no sé suplicar, ni por mi propia miseria!
¡Oh, este viento esta cortándome la piel!

Quemo mi alma.
Tantas pupilas nauseabundas que me rodean a esta hora, que se quedan mirándome languidecer.
Morir.
Tan lejos de aquí, tan lejos de ti,
y cerca, muy cerca, de las jaulas en las que vivió mi corazón.

¡Pero rápido!, ¡que se acabe este absurdo!
Para así volver a ver su sangre en mi sangre,
y gozar de otra sombra, de su codiciada sombra, más suave y más propicia que mi penoso temblor.
Pero, por favor, que yo vuelva allí.
La ausencia se extiende hasta donde me alcanza la vista, pero
sé que me esperas, allá lejos. Más lejos.

"Y
que
el amor de Dios
esté
con usted",

me dicen.

viernes, 12 de diciembre de 2014

Juro no haber escuchado nada más brutal y precioso que el jadeo férreo de aquel tren.
Pienso, entonces, en una playa fría.
Y me pregunto, entonces, ¿qué hace una playa irrumpiendo en las vías?
Es un niño. Esta mañana, jugando, se fue de boca.
Quien llora es un niño.
Me pregunto, entonces, ¿por qué el agua salada nos hace llorar?
Como si tuviésemos el cuerpo cortado.
Y estamos
llorando los
colores de otro cielo.
Llévame a casa sobre tus hombros.
Muéstrame la noche con los dedos en mi espalda.
Te veo recorrer un pantano lodoso, y prometes bajar en la próxima estación,
Me parece que el viaje no fue viaje,
ni fue nada.
Y temo, porque
el único viaje que en mi cabe es en el que vas tú, con tus labios,
como único pasajero.
Pienso, entonces, en todos los que sostuvieron mi brazo con firmeza,
suplicando "No, por favor, no te vayas",
y en cómo siempre obedecí. Siempre me quede.
Sentada a la mitad de un escenario oscuro.
Con el sol deslizándose por mis manos frías.
Los demonios ocupando sus propios asientos entre el público.
Un teatro ocupado por tantísimos,
que son yo misma.
Todos los agujeros por los que respiro parecen estar rotos.

Y me hinco, para suplicarle a Dios, que sea la última vez.

Me abrazas por la espalda, sin preguntar nada si quiera.
Te miro,
de rodillas en el suelo, tal como yo.
Y me giro,
para abrazarte.
Y lloramos los colores de otro cielo.


jueves, 23 de octubre de 2014

De ti nace el arte, de alguna manera.

Tú siempre oliendo a cerezas muertas, y yo cantándote siempre las mismas canciones. Como si eso fuera a curar a alguien.
Nosotros siempre mirando con acerbo a la ventana, como si eso fuera a romperla. Como si alguien fuera a romperla. Como si fueran a encontrarnos. Como si no estuviésemos condenados.

"Mira la ciudad, qué sucia."
Te digo como si no pudiese decir otra cosa, y en realidad tú sabes que no puedo decir otra cosa, que el tristísimo frío gris hormigón está aquí desde antes que tu pálida y maltrecha espina dorsal, y muchísimo antes que mis 15 febreros. Pero no pasa nada, piensas, no pasa nada.
Te callas, porque mis dedos están sobre tu yugular, y no quieres que se vayan de ahí. Al menos que no se vayan tan lejos.
"Mira las personas, qué sucias."
Me sonríes. Tienes la voz más ronca que de costumbre, y no debería ser así. Por eso le doy otro trago al maldito vino. Piensas en lo fortuito de mis gestos, y en como podrías repetirlo hasta la locura, como si se tratase de alguna película rodada en súper ocho, de esas que te tienen para sí solas cuando quieren y cuando quieres.
Piensas que siempre te gustaron las mujeres que no eran en nada como yo. Que yo me veo cansada, puteada, melancólica, infinitamente triste. Piensas que no sabes. Que conozco a mis pájaros azules, y a mis canciones de despedida, pero que nunca se lo enseño a nadie, aseguras. Que porque a lo mejor así las ventas de mis libros caen en Europa.
Pero te digo que yo no soy escritora, y me río, te digo que yo no sé darle forma al pensamiento.

Te cantaría otra vez, si me quedara voz, o alcohol, que de ti nace el arte, que me gusta el olor a cerezas muertas y la manera en la que te tiembla el cuerpo entero cuando mis dedos emprenden el camino hacia tu espalda. De alguna manera, de ti nace el arte. Y los frutos en otoño.

domingo, 28 de septiembre de 2014

Le escribí una carta. Estaba sonando aquella canción... "There were birds in the sky, but I never saw them winging. No I never saw them at all... Till there was you". 

¿Cómo no iba a llorar? 
Ya (casi) no veo nada, nada. Y apenas escucho mi propio sollozar. 
Me estoy quedando ciega por haber visto tanto. 
Me estoy quedando sorda por tantísimos gritos al oído.

Le he escrito que todo va bien donde ahora vivo aunque yo de vivir nada sé que todo huele como a sopa fría, pero que ya me estoy acostumbrando. Y que hace más frío que entre sus piernas. Que en realidad ya no me acuerdo de su rostro, pero que todavía conjuro su nombre inmortal a mitad de las borracheras con vino barato de madrugada, tumbada en el piso de la azotea. 
Le he dicho que en realidad me gusta el odinoco sitio donde vivo, que es mil veces mejor que el cuartucho de paredes starrias que compartíamos, y que por favor me deje regresar. 
Le he dicho que echo de menos nuestras carcajadas; como esa vez —le pregunté si se acordaba— que me paré en la puerta de la habitación y le dije "Vamos a lobilubar, hombre". Que yo todavía me río cuando recuerdo la cara que puso.
Le he dicho que echo de menos su espalda. Y que la gente aquí, donde vivo, folla un poco mal. 
Que me he tatuado cada uno de sus lunares, y que al final de la espalda tengo escrito: "El cielo de tus estrellas". 
Le dije que no sabía si se acordaba, porque esa vez estaba muy borracho, pero que yo me tumbé en la cama al lado de él y observé su espalda que estaba tapizada, como el cielo de esa noche, de lunares preciosos. Le pregunté si recordaba que le había dicho lo bonito que estaba el cielo y su espalda. Se giró para mirarlo cuando se lo dije, y me besó, y entre sus labios y los míos me dijo: "Eres tú el cielo de mis estrellas."
Y volví a suplicarle que me dejara volver. Que me estaba snufando. Que me estaba muriendo. Que hacía frío, que odiaba el olor a sopa fría y que el alma me estaba partiendo la carne. Que por favor, que se lo suplicaba, que me dejara volver.


.Tenía un cigarrillo en la mano, creí que era un boli.
Suelo despertar cansada.

Dormir para mí es como caminar. Caminar por un pasillo oscuro e interminable con las paredes llenas de moho. Sé que están llenas de moho porque a veces me balanceo, como una hoja al viento, por débil o borracha, y terminó restregando mi cuerpo contra las paredes en una unión casi meritoria de alabanza. Pero nadie me alaba, ni a mí ni ami cuerpo mohoso, ni a las paredes.
Porque ahí, en el pasillo, estoy sola, sola, sola.
El piso está tapizado de monedas, tizas, boletos, margaritas, piedras. Maullidos casi siempre se escuchan. Nunca veo a los gatos.
Seguro que los gatos con sus maullidos me persiguen escondiéndose cuando deben, cuando saben que voltearé. Me persiguen por mi olor. Girasoles putrefactos, a eso huelo.
A veces llevo una vela. Estos son los días en los que "voy entendiendo de qué va toda la incoherencia". La vela representa luz, todos lo sabemos. Y también sabemos que es facilísimo quedarse a oscuras con una. Entonces sí: se trata de una metáfora de mierda.
A veces voy desnuda, y con un frío de esos que nada más en el infierno. Y sobra explicar qué días son estos.
A veces de vino, de negro, de blanco, de sangre. A veces a rastras, otras corriendo. A veces en el techo voy dando pasos. Lloro, grito, río, susurro, beso, aprieto, muerto, mato, jodo, rompo, destrozo, maltrato, trago, apilo, quemo. Quemo, quemo, quemo y río.
Despierto cuando me muero, aunque no sé si alguna vez he estado o viva o si morí antes de nacer. Una luz me quema el rostro. Una flecha me atraviesa el estómago. Me tropiezo y me golpeo la cabeza contra una piedra. Etcétera. Etcétera. Morid todos, las mismas veces que me he muerto yo y contadme qué tal. Etcétera.

A veces no camino. A veces me quedo hecha nada en el suelo, jugando con los cochecitos que ahí me encuentro y llorándole, llorándole a la hermosa vida.


martes, 23 de septiembre de 2014

Para decirle “Te quiero”

Hay personas con mecanismos un poco descompuestos. Tal que una flor cortada de las demás termina siendo, a su perspectiva, un cadáver y la tesis del problema más grande de la humanidad.
Y es que no es así como debería de funcionar la gente, porque esto es, precisamente, no funcionar

Y aquellos que se sienten lo suficientemente listillos afirman con hastío: "La gente así se ve arrastrada, o más bien: se deja arrastrar, por una serie de eventos absurdos."
Pero es que qué van a saber ellos de la vida. Sabe más alguien que siempre está jugando a la rayuela, arrastrándose como ellos dicenque sus propias almas contoneantes que no hacen más que eso: contonearse en planos simples y aceptados por la cotidianidad... porque no saben hacer nada más.
(Y es cuando se presenta la duda de si felicitarles o darles el más profundo pésame que van a darles en sus simplonas vidas.)
Pasa que pierden su reflejo en un charco, y el charco se pierde en su reflejo, y terminan pensando en el hombre-mono como el creador del bendito Universo.
Cosa que no tendrá ningún sentido para muchos, pero para otros será la posición fetal y el llanto interminable.
Al final del día a nadie le gusta mucho sentirlo todo como si trajera la piel al revés estando en medio de un desierto frío. Y mucho menos gusta pensar tan rápido en tantísimas cosas; los pensamientos acaban colisionando, magullan el cerebro y termina por instalarse un cansancio mental terrible, tanto que hasta se pierde el sueño.


Pero de eso no se trata, no.  No se trata de los unos ni de los otros.  Se trata de los antídotos que solo los unos (los que se arrastran) pueden tener
Y mi antídoto Mío, sí. Lo aclaro porque la verdad no sé si me haya olvidado de mencionar que yo soy de los que se arrastranes ella.
Cuando la miro, veo llanto, sol, alma y febrero. Y cuando le echo de menos, en mi cabeza se reproducen sus gestos como en una película casera rodada en súper 8. Ella es de colores por dentro, y de caos. Y es vida, destrucción y muerte. Sobre todo muerte, muerte, muerte y mi vida. Una vez vi su rostro de preocupación empapado por la lluvia: el cabello se le pegaba a la cara y sus labios rosas se abrían cada cierto tiempo para mostrar sus dientes tintineantes; creo que fue entonces cuando recordé que esa chica es lo que más amo en el mundo.
Cuando la miro como diciéndole que nada, me mira como diciéndome que sí, que todo.
Puedo asegurar que no existe nada más cálido y dulce que ella, pero tampoco nada más asfixiante.
Y me apena haber tenido que recurrir a esto que tanto odia de nosotras, pero es que no sé de qué otra manera hacerle saber lo mucho que la quiero.

miércoles, 25 de junio de 2014

Ego, real.

Para responder debidamente a la pregunta "¿Existe un ego (yo) real?", primero hay que conceptualizar dicho término. Sí, sí. Aunque os fastidien los conceptos y sean más de correr desnudos por la carretera.
Ahora, he escrito "Hay que conceptualizar...". Uno debe hacerlo. Porque uno no puede atenerse con tanta simpleza a los conceptos de Freud, que razones hay muchas, pero la principal: Freud era un ser, con ideas y un ego propios, indignos de someternos a sí mismos, ideas y concepto. Entendible, ¿eh? Aunque dejando eso de lado, uno queda más perdido todavía, y ya no sabe de dónde tomar referencias. Una lata esto, una verdadera lata. Pero es que si se está tratando de responder una pregunta tan ajena y personal como el mismísimo conocimiento de nosotros mismos, debemos de darnos de hostias contra la pared si lo vemos como necesario.

Citando a wikipedia: El concepto de yo (ego) es un término difícil de definir de buenas a primeras dadas sus diferentes acepciones.
Bien dicho, aunque pudo ir mejor. Me permitiré cambiarle mínima y radicalmente.
El término yo (ego) es un término difícil de conceptualizar de buenas a primeras. 
La parte de "Dadas sus diferentes acepciones" es inclusive graciosa. Acepciones se refiere a las distintas maneras de entender una palabra o frase. 

"Oh, he cumplido 27 años. Estoy tan viejo. Bien, bien, navegaré un ratito por la red. ¿Qué es esta página rara? "¿Existe un ego real?" Uf, ¿y eso qué es? Me pondré a investigar.
Hmmm, ya, ya, pues no entiendo nada muy bien. Mis ideas discrepan de otras, lo mismo que son parecidas a las de otros. Mi respuesta está peor que antes de que me plantease la pregunta, mierda."

Entre tanto leer y analizar las ideas de psicólogos, psiquiatras y psicoanalistas, uno puede olvidarse de que en un principio la pregunta era "¿Existe un ego real?", y que esa pregunta fue tomada personalmente. Aunque a todo esto... quizá ahí esté mi error y por eso me niegue a hacer psicologías.
No sé, me parece sencillamente inconcebible hacer un análisis de mí misma, con ideas de otros. Por eso he escrito que para responder a la pregunta primero hay que conceptualizar el término Ego. Lo mismo que hizo Freud, me supongo. Mientras se desgaja la naranja, se escurre el jugo. Uno empieza queriendo saber qué es realmente, y termina con muchísimos conceptos que le fue raspando al concepto poco convincente de Ego.

La respuesta es cosa de uno mismo. Concluyo con lo mismo que Guillermo Galvez. 
El Dalai Lama dice que no existe un Yo coherente o esencial, sino la actividad de los 5 "Skandas" trabajando en conjunto.
Me parece una de las respuestas personales más simples y brillantes que se han podido dar a la maldita pregunta.

sábado, 14 de junio de 2014

Existe un cuadro malo, muy bueno.
Un cuadro hecho a lo bruto por la madrugada, las horas ya cobradas al sueño, los cigarrillos y otras cosas como el pestañeo constante de las luces.
En este cuadro las cosas se oyen al revés. Hasta que se consume.
Se oye, por ejemplo, el dolor: la espalda que se arquea con brutalidad cuando las notas musicales se hacen frecuentes y bruscas. Y no hay nada en la cabeza, nada excepto sesos. Y no hay nada en el cuerpo, más que la columna vertebral arqueada y los huesos un poco viejos, un poco rotos.
Se oyen las venas también, al proclamarse dueñas de la piel, de la vida incluso, al reclamar, al moverse enérgicamente dentro de uno. 
Se oye la pena cuando se tapa la cara con ambas manos, usando las palmas hacia dentro, discreta, y grita.
Se oyen, para terminar antes de terminar, todas esas cosas que se oyen cuando a uno le da por no poder dormir. 
El cuadro se consume, sí. Como, o con, no sé, un cigarrillo apurado por el sueño.
Pestañeos rápidos, un largo cerrar de ojos, pestañeos. Los parpados apretados,
las ventanas que se abren y dejan a la vista unas lagunas sucias, cansadas, cafés. Los parpados ligeros.
Sin mencionar la media luz a mitad del cuarto que se traga de a poquito a sí misma, y al otro.
En este cuadro las cosas se oyen al revés. 
Hasta que, a causa de quién-sabe-qué, el cuerpo se sacude como en una convulsión rápida, para luego quedarse inerte. Y la mano que sostiene el cigarrillo cae fuera de la cama, y con sus fuerzas, el cigarrillo. Que termina por apagarse torturado por el frío, frío, muy frío, suelo. 

jueves, 12 de junio de 2014

431 años, bien vividos.

El reloj marca las diez treinta y algo de la mañana, pero bien se le podrían recorrer los dos puntos y decir que es la una y algo, o dejarlo así pero decir que ya es de noche. No sé. Juegos tontos para aliviar la resaca.
Estoy cansada. ("Estoy cansada", siempre ha de estar presente esa frasecilla idiota, ¿eh?)
Pero lo cierto es que sí, que una se cansa, se queda sin cosas buenas que escribir, porque se queda sin cosas buenas. Entendiendo como cosas buenas... lo que se te dé la puta gana, lector. Porque uno se cansa tanto que ya no se quiere ni detener a explicar por qué las rodillas raspadas y por qué el alcohol en los dientes.
No sé, a veces una está tan podrida que... Pues que eso, que deja su podrido texto de lado y se va a llorar.
¿Qué es lo que quieren?
Anoche estaba mojada, borracha y puteada.
Estaba cantando alguna canción sobre clonación y quizá alguna sobre los defectos que uno guarda por guardar.
Ya saben como es esta vida, si ocurre algo malo, bebo para olvidarlo por unas horas, aunque en realidad nunca se me olvida, y si no pasa nada, bebo para que pase algo.

Ruidos que se escabullen por entre las aberturas que se dejan casi sin querer entre ventana y ventana.
La señal poco viva de las radios clandestinas. Las antenas gigantes, y las ganas irrefutables de tragarse la distancia, también irrefutable, entre hombro y codo, entre codo y muñeca, entre la muñeca y los dedos y el teclado.
La duda asfixiante de si el ruido, el ruido que se escabulle por entre las aberturas que se dejan casi sin querer entre ventana y ventana,
es lo único bien sabido.
Un absurdo total. Ni siquiera se puede saber si el ruido es un grito, una interferencia, un estéreo, un gemido. 
El oído que se acerca al vientre, el mar que no aparece. 
Y entonces el ruido ha de aceptarse por verdad. Un absoluto.
El enfoque es peor cuando no se tiene intención de enfocar. 
Es entonces, no sé, cuando se entiende que de nada sirve tener un alma no tan mala. El mundo está llena de ellas, y fíjense.

martes, 6 de mayo de 2014

Derechito y rápido.

"Cuando los adultos dicen: Los adolescentes piensan que son invencibles, con esa sonrisa mañosa y estúpida en sus rostros, no saben cuán en lo correcto están."

Marginados.
Hay una idea aplastándonos el cerebro contra el cráneo insistentemente: Quiero salir de aquí.
La razón es que no queremos esperar hasta morir para darnos cuenta de que no hemos hecho más que vivir encerrados en una misma insípida ciudad, con los insípidos recuerdos de una insípida adolescencia que consistía en una rutina insípida: ir al instituto, tomar las clases, desayunar con un grupo insípido de adolescentes que bien podían pasar por ancianos de piel tersa y grasosa, volver del instituto, hacer tareas, dormir, despertar e ir al instituto. Y que los días más emocionantes y alejados de la rutina eran sin duda en los que había cenas familiares. Sarcasmo. Y eso en la adolescencia, porque de la universidad y el ejercer de una carrera es mejor ni hablar.
Queremos salir, y buscar algo. Buscar un Gran Quizá, sea lo que sea. Lo queremos. Y queremos saber cómo salir del laberinto del sufrimiento.
Preferimos, aunque sea repugnante a partes iguales, llegar a los 79, sí no morimos de cáncer o en un accidente-suicido antes, y percatarnos de que hemos dejado la vida atrás, y que no tenemos más que 79 años, fotografías y cuatro gatos. Lo preferimos, aunque dé asco. Porque entonces tendremos recuerdos grandiosos y devastadores, y nombres flotando en nuestras cabezas, y rostros carentes de nombres, y olores imperceptibles que emergerán de nosotros de alguna manera inexplicable, y que se parecerán a los perfumes que alguna vez olimos. Si llegamos a los 79, habremos tenido ya una vida, y ya habremos encontrado el Gran Quizá que tanto queríamos encontrar, dándonos cuenta de cómo las personas que conformaron nuestra vida llegaron a personificarlo, y ya no nos importará demasiado lo que venga después, porque ya sabemos que lo que vendrá después será la desintegración. Se han encargado de enseñarnos muy bien que todo lo que se une se desintegra, y que por eso los huesos terminan por convertirse en polvo. Tenemos 15, 16, 17 y 18 años, y un montón de títulos de libros que vamos a leer cuando cumplamos 79 años.

Ciertamente somos invencibles. No hay nada en lo absoluto que nos pueda romper a tal grado que nos deje arrinconados, con los nudillos amoratados y las muñecas sangrantes. Nada en lo absoluto.
Incluso, en el acto de la rotura, hallamos una satisfacción incomprensible y retorcida. Porque entonces sabemos lo que ocurrirá después de eso, y no es precisamente el que nos volvamos polvo.

He ahí tu laberinto de sufrimiento. Todos nos vamos. Encuentra tu camino fuera de este dédalo.


lunes, 5 de mayo de 2014

El mejor día de mi vida.

Sonó el alarma-reloj... No levantes la ceja, ya se que no te gusta cuando hacen como una palabra de dos, dices que es mejor las corten y hagan una sola o que mejor nada. Entonces, el alarma sonó a las 8:00 a.m., porque el reloj marcaba esa hora.; y ya sabes, el mecanismo.
El caso es que me desperté aturdida por el sonido inhumano, y con razón, porque el alarma-reloj es una máquina con engranajes y esas cosas que tienen los relojes despertadores. Pero últimamente me pregunto si nosotros no tendremos también un mecanismo así escondido en alguna parte del ser. Tú dirías que es el ser mismo. Y probablemente así es.
Pude haber obtenido algo más decente, algo que tocara música de la radio o una melodía menos antinatural cuando menos, pero en la tienda de los relojes preferí llevarme el que sólo producía un sonido como gutural y agónico en clave "Bip, Bip". El comercial me miró con desdén cuando de entre los tres relojes que me mostró escogí el más feo, pesado e inhumano. Y me soltó con la sonrisa ladeada y las cejas levemente levantadas: "Es usted una mujercita bien acostumbrada a sufrir, ¿eh?", ni siquiera pensé en responder cuando ya había salido de la tienda pegando un portazo magnifico.
El comercial se río de mí cuando intentaba separar el dinero que había que entregarle del de los cigarrillos de la noche, y con razón, qué puedo yo hacerle. Te puedes creer que se le salió una lagrimita por el ojo izquierdo, y se la limpió con un pañuelo rojo que se sacó del bolsillo y me dijo: "Yo te enseño a sufrir bien, mujer".
Y seguro que ahora tú también te estás riendo de mí. No te culpo, soy un mal chiste.
Pero yo no tenía pensado hablarte sobre eso.
Retomemos: Sonó el alarma-reloj a las 8:00 a.m, y yo me levanté aturdida por el ruido inhumano del alarma-reloj. Puse la palma sobre el aparatejo, que bien podría pasar por un bloque de concreto, y le pegué unas cuantas veces hasta que se cayó lejos de la cama. Me senté sin abrir los ojos todavía. Había bebido Strawberry Hill con mis tías los últimos dos o tres días. Mejor dos que tres días, considerando que empecé el viernes, y ese día, me dije, no podía ser domingo. Era sábado. Abrí los ojos y ni te cuento. Esquivando el desorden bajé a buscar a las viejas; las encontré dormidas en el suelo de la sala-cocina-comedor, una sobre la otra. Tú sabes que son dos, pero que son como si fueran tres. Por eso del doppelgänger. Entonces caminé por la diminuta sala, esquivando los enormes cuerpos, hasta llegar al radio. Sonaba esa canción de Lady Day y las tres, no te miento, se levantaron de golpe.

—Hoy es sábado, tienen que ir a visitar a María, ya saben como se pone cuando no van. Aprovechen que es temprano y váyanse ya.
—Tenemos que hacer las valijas.
—¿Están en broma? No sacaron más que el vino rancio de las bolsas negras. Váyanse ya.
—Me duele hasta el alma, no quiero conducir.
—Pues que conduzca la doppelgänger.

Se fueron como dos horas después de jaloneos y gritos, y el sacar la ropa de la valija para meterla otra vez, para evitar que vaya con arrugas. Esas mujeres son como una resaca que da por tener resaca.
Yo tenía trabajo que hacer, así que me vestí y me largué.
Como se me había hecho tarde por culpa de mis tías, tuve que tomar el autobús. Estaba casi vacío.
Me dejó unas calles antes de mi trabajo. ¿Te acuerdas que quedaba en un callejón? Siempre hay gatos, y huele a sopa. Es por el restaurante chino que queda al lado.
En cuanto llegué a la puertita azul metálico me encontré conque rada. Toqué unas tres o cuatro veces, porque aunque ya suponía yo que nadie iba a abrirme, detesté la idea de irme sin antes tocar la puerta. Entonces toqué la puerta y nadie me abrió, y regresé por el callejón, levemente asqueada. Le atribuí esto al olor a sopa y a los gatos, ya sabes que si algo me pone mala son esas dos cosas, y luego estando juntas. Lo de la puerta cerrada... "Bueno, aveces Mario, el jefe, cierra por cosas suyas. Pero llama a sus empleados para avisarles y tal. Pero bueno, se habrá quedado descolgado el teléfono y por eso no lo habré escuchado", pensé.
Fui al parque, a ver si me encontraba a alguien con quien pudiera pasar el domingo. Porque ya sabes que yo no puedo pasar los domingos sola.
Te va a parecer una exageración, pero el Doctor me recomendó pasar el domingo con alguien. Bromeó diciendo: "Es que yo creo, señorita, que si usted no pasa cada domingo del resto de su vida acompañada... yo creo que usted se nos anda muriendo, fíjese."
Y yo sé que bromeaba, pero a mí me dio un miedo tremendo de todos modos.
No hallé a nadie en el parque.
Tenía pensado volverme a casa, comer, hacer unas cuantas llamadas y quedar con quien fuera para el domingo. Pero empezó a llover. Date cuenta del absurdo. Y yo tuve que meterme en un restauran barato en el que comí y cené.
No me encontré con nadie en esas cuatro horas de lluvia imparable.
Llegué a casa a eso de las 10:00 p.m. Pensé que me sería complicado hallar a alguien en casa y despierto. Pero me serví la última copa de vino rosado, me acune en el sofá rojo de la sala de estar, y me puse el teléfono sobre las rodillas. Lo levanté para llamar y como que me vibró en la mano. Me lo acerqué a la oreja y oí voces tontas del otro lado del auricular. "¿No contesta? Háblale tu, Cata. Que ya mujer. Estoy borracha otra vez, carajo."
—¿Tía?—dije con recelo, a pesar de que ya sabía que era mi tía quien estaba dialogando con mi otra tía y su doppelgänger.
—¡Ay, niña, hasta que te dignas a hablar!
—Hubo una confusión en la línea, tía.
—Fíjate que yo y tu tía estamos en la estación desde la tarde-noche, llamándote. Nos quedamos sin puñetero coche, y se nos están acabando las monedas también.
—¿Qué hacen aquí?
—Pues que hoy es domingo, listilla. Y Maria salió al puerto hoy, y cuando nos dispusimos a regresar, se nos averió el coche y tuvimos que volver en tren. Todo por tu culpa, mujer. Un día te vas a morir y ni cuenta te vas a dar, con lo distraída que eres.
Solté el auricular.
—¡NIÑA, CONTESTA! ¡VEN POR NOSOTRAS, MUJER!
—¿No te contesta?
—No.
—Qué muchachita.

jueves, 1 de mayo de 2014

Una disculpa para todos los lectores, de los malos, malos escritores, y Del.

No todo es una historia de amor (roto), de encuentros (in)fortuitos, de absurdo sufrimiento.
Creedme, que no todo es el constante reclamo a las ausencias, ni 199 poemas que hablan de lo mismo y terminan vulgarmente con un "Te quiero, tuya/o siempre."
Hacedme caso cuando les digo que no todo son las inagotables escenas patéticas vaciadas en lágrimas y adjetivos y recuentos. Ni las típicas historias irrepetibles sobre dos personas que se aman y se destrozan mirándose a los ojos para asegurarse de cualquier cosa.
Ni son los 1999 cigarrillos fumados.
Ni el estómago que se cansa de ese humo y lo quiere soltar a arcadas. Como con la puta alma.
Y no, tampoco los 45 minutos conduciendo y las siete horas en avión.
Lo cierto es, y lamento mucho deciros esto, que a los escritores, malos, malos escritores, se nos
ha olvidado (tan siquiera un poquito) hablarles de la humillación.
(Humillación porque a estas horas de la tarde no sé qué otro sustantivo quede para esto.)
Se nos ha olvidado contarles sobre ese jueguecito enfermo de las mentes, en el que se coge
una imagen ajena, y se le distorsiona.
Y de como uno, como malo malo escritor, se deja distorsionar.
Te amo, te amo, alter ego. Te amo. Siempre.
Uno termina llevando otro nombre en la mente del que juega, y vaya a saber Dios si también otras formas. El lío es que uno sigue siendo uno, fuera de la mente del otro, y mientras el otro ama desesperadamente, uno se muere. Porque cuando cae la madrugada y el/la otro/a, el/la que juega, se queda dormido/a, es uno con sus sentimientos y su nombre y sus formas y su insufrible andar por un pasillo interminable. Y el/la otro/a que sonríe mientras duerme y, parece mentira, pero hasta se le escucha pronunciar ese nombre que ha creado para el/la que ama (el/la distorsionado/a), y parece más mentira todavía, pero de repente se le sale llamar al/la pobrecillo/a "Doppelganger".
Te amo, te amo, doppelganger. Te amo. Siempre.
Y yo creo que también se nos ha olvidado deciros que nos ha tocado escuchar algo como "Si de algo sirve, ella/el también sabe que existes."
Y el enfermo, el que distorsiona, no entiende la gravedad de lo dicho. No entiende. Y por la puta que nunca va a entender. [...]
Y no sé si ha ustedes ya les hayan hablado de cómo se llega a rastras hasta el/la enfermo/a ya curado/a. Y de cómo hay que decirle Te amo, para que él/ella contesté Lo siento pero no puedo decir lo mismo. ¡Y, eh, que aquí viene la mejor parte!
 Uno, todavía en el piso y con el cuerpo sucio y agrietado, pregunta ¿Por qué dejaste de quererme? , y el/la curado/a responde Dejé de querer al mundo.
Y puede que lo más triste del asunto es que uno termina por separar al que le amó del que dejó de querer al mundo. Y a ese primero le llama Z, o una cosa así, y también alter ego.
Y ya no sé qué tantas cosas hayamos dejado pasar, pero se entiende lo cansada que he quedado luego
de localizar el núcleo del error, y se entiende si me largo a fumar un cigarrillo o si me aviento desde el techo hasta las baldosas.
Entonces eso: me disculpo por todos los malos, malos escritores.

domingo, 27 de abril de 2014

Y el título es "Si me conocieras sabrías qué es lo que quiero gritar."

Tai y Caube, de viaje.

Hicieron las maletas y se subieron al primer tren que iba a dar a alguna estación, para así coger otro tren, y luego muchos otros más. 
45 días, y 7 horas.
Y Caube estaba muy contenta viendo como los árboles parecían descomponerse, por la perspectiva suya desde la ventanilla así parecía. 
Pero Tai estaba tan fastidiado de cómo le hablaba a Caube y de como ella respondía "¡Ese se desintegró más de prisa, Tai.", y Tai no quería hablar de desintegraciones porque de por sí le daban miedo los trenes; entonces abrazó a Caube y le plantó un beso a lo bruto. Y Caube se separó de él carcajeándose. "Eres como un animalito tonto, Tai.". Y Tai se enojó tanto que se cambió de asiento con el señor gordo que venía detrás de ellos. Y el señor venía con una vieja desganada que fue en algún momento el amor de su vida.
Y el señor gordo estaba muy contento escuchando a Caube hablar de peces y copos de nieve. Y Tai estaba más desanimado todavía viendo ahora a la vieja que dormía con la boca abierta y que bufaba con la cara pegada a la puta ventana.
Caube se quedó dormida antes de las 6:00 p.m. Se le había vuelto maña y a veces era una putada porque si eran las cinco todo estaba muy bien y Caube bien despierta. Y ese era el momento de regresar a casa. Pero a veces la hora se les pasaba y el sol se metía poquito y Caube preguntaba "¿Qué hora es?" y Tai, tonto, tonto Tai, respondía "Son las cinco con cuarenta y cin...", y Caube se dormía de golpe. Como si le hubiesen chasqueado los dedos o una cosa así.
Y cuando Tai la vio pegar la cara a la ventana como la vieja hizo un sonido extraño entre suspiro y gruñido. Y el viejo volteó y le dijo "Apuesto a que siempre hace esto, porque hace unos 2 minutos estábamos hablando muy bien y todo, y de repente pegó la cara a la ventana y adiós, al rato me vuelvo y seguimos con lo de los gatos calculistas. Y tú has visto que se ha quedado dormida y has hecho eso con la nariz y la garganta."
Tai le concedió la razón, diciéndole que sí. Que él quería ayudar pero que era una lata cargar con alguien así.
—Esa vieja que tienes al lado era una cosa especial, vos entendés. Y mira. [...] Pues vete, hijo. Yo digo que te vayas, yo me quedé y mira. Yo probé con quedarme, tú prueba con irte. Hay una estación cerca, a unos 5 minutos, y la niña me dijo que van a París. Aquí no hay por qué bajar. Pero pues sí, tú bájate en esa parada y toma un tren a cualquier otra parte. Prueba con irte y veme a ver en unos 5 años, para que me cuentes qué tal todo, yo creo que aquí sigo, pero ya sin la vieja. Se está muriendo, tiene los pulmones negros y chupados, como manzanas secas. 
—... ¿Usted por qué se quedó?
—Por amor, hijo. Pero eso se acaba. Y tú dices que te quedas para ayudar, pero esas ganas se acaban primero que las otras.





(Entonces sí, sí hay un título para todo 
porque incluso la ausencia se llama ausencia, 
y quizá era eso lo que querías gritar, Néstor.) 




sábado, 19 de abril de 2014

Dudas existenciales, nada más.


¿Cómo es que dos personas que cumplían,
en un periodo ya ido, 
con el bendito acto de amarse,
en un plano aceptado por la cotidianidad y la historia, 
pueden, después de tan cansados, 
cumplir con un acto de enajenación,
moviéndose ahora en un plano aún más aceptado y renegado 
al que llaman arduamente
olvido?

miércoles, 16 de abril de 2014

✿Nota.

Hola, Clementine,
he oído que tu padre se suicidó 
la otra noche. 
Dicen que se pegó un tiro mientras
se miraba al espejo, en tu cuarto,
y que tu alfombra rosada está llena 
de sangre y diminutos trozos de carne;
y yo quería preguntarte si necesitas 
que alguien sostenga tu mano mientras se te caen los huesos al suelo. 

martes, 15 de abril de 2014

Unas gotas de tintura de sauce aliviarán la amargura.

Llevo los nudillos amoratados,
los huesos roídos,
pesados.
El semblante triste,
pálido.
Las ojeras intactas,
putas piedras
debajo de mis ojos.
Y de rodillas,
me envuelvo el cabello en el viento,
mojado. Y las hojas y los sauces.
Y las ramas.
Unas gotas de tintura de sauce aliviarán la amargura. 
Y el vestido junto al cauce del río.
Yéndose.
Las venas latentes.
Que pierden el color debajo de
capas y capas de piel
que se pierde
debajo de capas y capas de cicatrices
y polvo.
Y me llevo un pie dentro del agua,
y avanzo. Y sí, se está muy bien.
Y me llevo el otro pie dentro del agua.
Y cruzo al otro lado del río.
Y bailo.
Bailo el vals de los muertos.

"Finge, la niña, finge que está dormida-bailando
para que alguien se meta en el agua con una linterna
en la mano, y le busque. Y le tome de la muñeca y la cuide 
como si le perteneciese. Zeta, Zeta, Zeta". 


No hay campanas al rededor de mi tobillo.




"Elevan el infierno,


la queman viva."


lunes, 31 de marzo de 2014

Se tumbó en el piso y comenzó a martillar con su cabeza los vidrios que habían quedado de cuando un cuervo se estrelló contra la ventana, del lado derecho, y la rompió. 
Y chillaba, chillaba mucho. Y martillaba.
Y yo también chillaba. Y me reía, me reía mucho.
Hasta que se detuvo. 
Me tumbé en el piso, cerquita de él. Sus dedos fríos debajo de mis rodillas.
El piyama tenía pinta de cuervo. 
"¿Has sido tú el que me ha roto el lado derecho de la ventana, eh? El otro día te estrellaste contra la ventana, ¿a que sí?"
Me puse en pie, y salí del cuarto con los pies hechos nudo. El frío me dio una sacudida terrible, "Entiéndelo como un 'Sí' , y olvídame." me caí de bruces contra el pastó, se me reventaron los nudillos contra la fuente. 
No sé cuántos días pasé tirada en el pasto. Cuando desperté tenía una maraña de cabello y hojas, y el cuerpo amoratado, los labios agrietados y la ropa roída, y unas ojeras terribles. Tenía pinta de haberme muerto en domingo.
Lo primero que vi fue una luciérnaga, que subía, y bajaba, y echaba humos. Un cigarrillo.
Un monstruo que ladeaba la cabeza, que fruncía el ceño. Un monstruo.
Me puse de pie y le miré sin entenderle. 

—Creo que me he encajado una piedra...
—Ya cállate con la piedra, tonta, o la tomaré y te la meteré en la garganta.
—Tus ojos... hay que hacerles el mismo enfoque que a la luna.
—Ya sabía yo que eras un poco inestable.
—Tus labios tienen un pleito con los cerezos, ¿a que sí?
—Siento que no estás bien.
—¿Cómo se siente eso? 
—Como si te cantase que brillas, que brillas lindo y que brillamos juntos. Luego de follarte. Pero sin que brilles.
—El piyama se ha golpeado contra el suelo...
—Sí, se ha muerto. Lo metí al baúl, no sé si te importe.
—No, no.
—Venga, mete tus cosas en una maleta, que nos vamos de viaje.

Fui a meter mis vestidos rotos en una mochilita azul, tal y como el monstruo me lo había pedido. Fue ahí cuando me di cuenta de mi lastimosa apariencia, cuando me vi en el espejo sucio y cuarteado. Tenía un sabor a vomito atorado en la garganta. Me anudé el cabello a la altura de la frente y me puse labial rojo. Sonreí e hice temblar el espejo de manera lamentable. Cogí la mochila, y cuando me volví al patio, ya no le encontré. 
Me senté al lado de la fuentecilla y me fumé un cigarrillo tras otro. Ya no había quién me los apagara a la mitad, a la tercera calada.
Hacía casi un año que no salía de casa.
Salí para irme a encajonar a otro sitio. Tomé una barco, un barco que se estaba pudriendo y que iba a dar a París. Me pasé los días en encerrada en mi pequeño camarote que olía a sopa fría. Salí una vez nada más, a buscar cigarrillos, era de noche y estaba borracha. Me tumbé en el suelo e hice un berriche. Un hombre de ojos saltones y cejas tupidas salió de su camarote. "Eres como una niña berrinchuda de seis años, joder."

Alguien tocó a mi puerta. "Hemos llegado, salga de ahí si sigue con vida.", gritó. "No tengo vida, estoy muerta. Irremediablemente muerta.", le contesté también gritando.

Fui a dar al Pont Des Arts. Llevaba un vestido negro que a causa de quiénsabequé se había vuelto gris, y encima una polera desgastada. Me había sacado los zapatos al bajar del barco, así que andaba sin zapatos por los suelos helados de París. 
Con las manos frías, adheridas a la baranda me doblé lo más que pude. Me llene los pulmones de un vapor cortado que flotaba sobre el agua. Me incorporé. Hacía mucho frío. Había alguien parado a unos centímetros, detrás de mí.
Y el monstruo llevaba un suéter a rayas, gris y negro, que se reflejaba en el agua, y el humo que expulsaba de su boca me golpeaba en la nuca. Hacía mucho frío.





















"No juzgo, ni nada, pero siento que no está bien"

miércoles, 19 de marzo de 2014

Déjame, primeramente, que te hable sobre los tornados; esas avernales masas, a las que les van tan bien los desechos y el polvo, que remueven tierras, que arrancan hogares, que le arrebatan los niños a las madres desoladas que no paran de chillar.
Esas malditas masas de infinitas bocas entreabiertas, teñidas te rojo, con cabellos que se alzan y no danzan, no danzan. Que tragan árboles, que desprenden corazas y vestidos, que no nada más se llevan las corazas y los vestidos, que se lo llevan casi todo, menos la miseria. Esa sí la dejan. Y los huesos cansados, los cansan todavía más, y los roen.
Y, joder, esa puta manera que tienen de girar sobre sí mismos, con tanta violencia que lo pies se nos acurrucan en el pecho. Lo vuelven todo soledad y escombro.
Peor que morirse en una de esas masas de aire, es salir vivo de ellas.





Déjame explicarte ahora
porqué soy de
aire.

lunes, 17 de marzo de 2014

Por tu boca se llega a España.

Y no hace mucha falta darle de caladas al cigarrillo para que la vida nos sepa a especias dulces.
Como cuando el café queda tan amargo que empalaga, 
y el humo escoce la garganta, 
y los pies se cansan,
y los nudillos se quedan amoratados, 
y las venas se saltan,
y los huesos pesan aunque estén roídos.
Como cuando de un salto y tres pasos ya estás sentado a mi lado, 
mirándome como si me fuese a hacer pedazos en cualquier momento,
poniendo la mano encima de mi libro y preguntándome que si a caso nunca voy a dejar de fumar.
Y es que qué habilidad más cabrona la tuya de pegarme el frío, 
de sentarte a mi lado a eso de las ocho y cincuenta,
y caminar por las calles a mitad de la madrugada.

Que la vida es una cuerda, me dijiste, y nosotros los equilibristas.
—Yo voy primero, ratoncito, para ver si es seguro.
Tú no sabías.
—Pues me parece que está bien.
Que iba a empujarte cuando ya tuvieses los pies en la cuerda.















                                                        —Te quiero de todos modos, Reum, te quiero.

miércoles, 5 de febrero de 2014

Baja la basura, y déjala afuera.

Puedes entrar después a beber café,
 o chocolate.

Mira que si te apetece
      podemos ver La naranja mecánica.

Pero caminar por los cables ahorita no,
que hace frío.


             Anda, niña,anda.
                       Mientras te cuento cómo es que a veces me da por bajarlo todo y dejarlo afuera.
                     Y cómo es que nunca cierro la puerta al salir.
              No se me da mucho eso del reciclaje circunstancial, y tal.
                                               Y qué irresponsabilidad más fea, ¿a que sí?
                Pero es cierto, no se me da.
                                             Y ya está. ¡Pero anda, niña!

                                        Quita esa cara de Freya y acomódate el listón.















Que ya casi sale la luna.

lunes, 6 de enero de 2014

Me echaba a dormir en los jardines o en las calles. 
Y cuando despertaba se extendían sobre mí unos monstruos
con polvos rosas y blancos en la cara, y me decían 
"Niña mala, niña sucia que pierde los zapatos.
¿De dónde vienes que estornudas como los ratoncitos?
¿Por qué llevas el vestido roto y manchado de lodo?
Tienes tierra hasta entre las pestañas, niña mala." 
Y me ponía en pie y les miraba y no les entendía, y les decía
"Yo, como los girasoles, he brotado de la tierra".


Llevo las zapatillas rotas, y los huesos también, 
el cuello de la polera por debajo de los hombros,
el cabello anudado, como ojos de gato.
La cerveza medio llena, medio vacía.
Los dedos fríos, y torpes, y rotos, sosteniendo
un cigarrillo partido por la mitad, tratando de encenderle,
con la colilla de otro.

Oh, ruego, ruego y suplico.
Tan sucio
y mojado
como el techo
Con la boca
rota
y los pies fríos.
La letra cursiva,
cansada.
La sombra,
de colores gañe, 
gañe,
gañe,
"Tengo,
tengo,
tengo."
Nada tenemos.
Nos tiene.
Una, dos, tres
corcholatas.
Cinco, seis, ocho.
Se ha perdido 
la cuenta.
Gañe, gañe, gañe.
"O me mato,



o me muero."