Sonó el alarma-reloj... No levantes la ceja, ya se que no te gusta cuando hacen como una palabra de dos, dices que es mejor las corten y hagan una sola o que mejor nada. Entonces, el alarma sonó a las 8:00 a.m., porque el reloj marcaba esa hora.; y ya sabes, el mecanismo.
El caso es que me desperté aturdida por el sonido inhumano, y con razón, porque el alarma-reloj es una máquina con engranajes y esas cosas que tienen los relojes despertadores. Pero últimamente me pregunto si nosotros no tendremos también un mecanismo así escondido en alguna parte del ser. Tú dirías que es el ser mismo. Y probablemente así es.
Pude haber obtenido algo más decente, algo que tocara música de la radio o una melodía menos antinatural cuando menos, pero en la tienda de los relojes preferí llevarme el que sólo producía un sonido como gutural y agónico en clave "Bip, Bip". El comercial me miró con desdén cuando de entre los tres relojes que me mostró escogí el más feo, pesado e inhumano. Y me soltó con la sonrisa ladeada y las cejas levemente levantadas: "Es usted una mujercita bien acostumbrada a sufrir, ¿eh?", ni siquiera pensé en responder cuando ya había salido de la tienda pegando un portazo magnifico.
El comercial se río de mí cuando intentaba separar el dinero que había que entregarle del de los cigarrillos de la noche, y con razón, qué puedo yo hacerle. Te puedes creer que se le salió una lagrimita por el ojo izquierdo, y se la limpió con un pañuelo rojo que se sacó del bolsillo y me dijo: "Yo te enseño a sufrir bien, mujer".
Y seguro que ahora tú también te estás riendo de mí. No te culpo, soy un mal chiste.
Pero yo no tenía pensado hablarte sobre eso.
Retomemos: Sonó el alarma-reloj a las 8:00 a.m, y yo me levanté aturdida por el ruido inhumano del alarma-reloj. Puse la palma sobre el aparatejo, que bien podría pasar por un bloque de concreto, y le pegué unas cuantas veces hasta que se cayó lejos de la cama. Me senté sin abrir los ojos todavía. Había bebido Strawberry Hill con mis tías los últimos dos o tres días. Mejor dos que tres días, considerando que empecé el viernes, y ese día, me dije, no podía ser domingo. Era sábado. Abrí los ojos y ni te cuento. Esquivando el desorden bajé a buscar a las viejas; las encontré dormidas en el suelo de la sala-cocina-comedor, una sobre la otra. Tú sabes que son dos, pero que son como si fueran tres. Por eso del doppelgänger. Entonces caminé por la diminuta sala, esquivando los enormes cuerpos, hasta llegar al radio. Sonaba esa canción de Lady Day y las tres, no te miento, se levantaron de golpe.
—Hoy es sábado, tienen que ir a visitar a María, ya saben como se pone cuando no van. Aprovechen que es temprano y váyanse ya.
—Tenemos que hacer las valijas.
—¿Están en broma? No sacaron más que el vino rancio de las bolsas negras. Váyanse ya.
—Me duele hasta el alma, no quiero conducir.
—Pues que conduzca la doppelgänger.
Se fueron como dos horas después de jaloneos y gritos, y el sacar la ropa de la valija para meterla otra vez, para evitar que vaya con arrugas. Esas mujeres son como una resaca que da por tener resaca.
Yo tenía trabajo que hacer, así que me vestí y me largué.
Como se me había hecho tarde por culpa de mis tías, tuve que tomar el autobús. Estaba casi vacío.
Me dejó unas calles antes de mi trabajo. ¿Te acuerdas que quedaba en un callejón? Siempre hay gatos, y huele a sopa. Es por el restaurante chino que queda al lado.
En cuanto llegué a la puertita azul metálico me encontré conque rada. Toqué unas tres o cuatro veces, porque aunque ya suponía yo que nadie iba a abrirme, detesté la idea de irme sin antes tocar la puerta. Entonces toqué la puerta y nadie me abrió, y regresé por el callejón, levemente asqueada. Le atribuí esto al olor a sopa y a los gatos, ya sabes que si algo me pone mala son esas dos cosas, y luego estando juntas. Lo de la puerta cerrada... "Bueno, aveces Mario, el jefe, cierra por cosas suyas. Pero llama a sus empleados para avisarles y tal. Pero bueno, se habrá quedado descolgado el teléfono y por eso no lo habré escuchado", pensé.
Fui al parque, a ver si me encontraba a alguien con quien pudiera pasar el domingo. Porque ya sabes que yo no puedo pasar los domingos sola.
Te va a parecer una exageración, pero el Doctor me recomendó pasar el domingo con alguien. Bromeó diciendo: "Es que yo creo, señorita, que si usted no pasa cada domingo del resto de su vida acompañada... yo creo que usted se nos anda muriendo, fíjese."
Y yo sé que bromeaba, pero a mí me dio un miedo tremendo de todos modos.
No hallé a nadie en el parque.
Tenía pensado volverme a casa, comer, hacer unas cuantas llamadas y quedar con quien fuera para el domingo. Pero empezó a llover. Date cuenta del absurdo. Y yo tuve que meterme en un restauran barato en el que comí y cené.
No me encontré con nadie en esas cuatro horas de lluvia imparable.
Llegué a casa a eso de las 10:00 p.m. Pensé que me sería complicado hallar a alguien en casa y despierto. Pero me serví la última copa de vino rosado, me acune en el sofá rojo de la sala de estar, y me puse el teléfono sobre las rodillas. Lo levanté para llamar y como que me vibró en la mano. Me lo acerqué a la oreja y oí voces tontas del otro lado del auricular. "¿No contesta? Háblale tu, Cata. Que ya mujer. Estoy borracha otra vez, carajo."
—¿Tía?—dije con recelo, a pesar de que ya sabía que era mi tía quien estaba dialogando con mi otra tía y su doppelgänger.
—¡Ay, niña, hasta que te dignas a hablar!
—Hubo una confusión en la línea, tía.
—Fíjate que yo y tu tía estamos en la estación desde la tarde-noche, llamándote. Nos quedamos sin puñetero coche, y se nos están acabando las monedas también.
—¿Qué hacen aquí?
—Pues que hoy es domingo, listilla. Y Maria salió al puerto hoy, y cuando nos dispusimos a regresar, se nos averió el coche y tuvimos que volver en tren. Todo por tu culpa, mujer. Un día te vas a morir y ni cuenta te vas a dar, con lo distraída que eres.
Solté el auricular.
—¡NIÑA, CONTESTA! ¡VEN POR NOSOTRAS, MUJER!
—¿No te contesta?
—No.
—Qué muchachita.