viernes, 27 de diciembre de 2013

He salido a eso de la 1:00 p.m. Le he dicho a mi madre "Voy a caminar" y ni siquiera me ha escuchado. Estaba silbando esa canción sobre el reno de nariz roja, otra vez. Suele despertarse a las 5:30 a.m, tres y media horas después que mi padre. Es una putada porque en cuanto despierta, silba. Me ha despertado ya varias veces. Silba y silba. Rodolfo, así se llama el reno, tenía la nariz roja. Y eso a mi madre la hace chillar.
Cuando es diciembre, todos están vueltos locos, en casa. Es porque hace frío y porque llueve.
Hoy es diciembre, 27, y está lloviendo. Tengo los dedos fríos. Todos en casa duermen. Tienen encima cuatro o tres cobijas. Todos duermen, menos mi madre. Ha de andar metiendo la mano en el saco de lentejas. Pero qué digo si la que anda fuera es ella no yo. Ha de andar mirando de frente a los tenderos,para causarles repugnantes emociones. Si la ves de frente el estómago se te pone al revés. Quién sabe por qué.
Yo debería estar durmiendo, en el techo, con una manta encima y un cigarrillo lastimosamente empapado entre los dedos. Pero es que he salido a eso de la 1:00 p.m, a caminar. Pensé que si iba al río quizá podría toparme con un barco, y que podría largarme de una vez. Pero no fui al río, por eso he vuelto a casa.
Fui a dar a las vías. Cerca de casa está una vieja estación de tren. Me han dicho que le prendieron fuego hace ya mucho. Iba de largo ya cuando volteé hacia la ruinosa estación, y pues claro.
No me subí a los raíles, porque estaban mojados. Me limité a patear las piedras de granito.
Jugué, como cuando era pequeña, a pisar las piezas de madera. Si hubiese llegado a pisar donde no había más que piedras, hubiese perdido, y me hubiese tenido que volver a casa en ese mismo instante.
Y así iba, pisando las piezas de madera nada más, hasta que di por terminado el juego porque pues ni para qué. Di por terminado el juego en cuanto me agaché a coger una hojita. Y luego otra, y otra, y otra. Y una rama. Y otra hojita. 
Las hojitas estaban mojadas, por eso los dedos se me pusieron tan fríos. Porque las juntaba y jugaba con ellas un ratito, y estaban mojadas. 
Se escuchó el tedioso lamento del tren, que venía sin muchas ganas, y yo ahí, parada, inerte, con las hojas y ramas en una mano y con piedras en la otra. Unos hombres de espaldas a mí me hicieron señas para que me quitase de las vías. Gañían, y yo me doblaba de la risa. "Rarrrggg" "Rarrrgggg" Creyeron que yo cucú. 
Me giré del lado del puente y caminé hacia él. Y los monstruos dejaron de advertirme sobre que el tren iba a hacerme trizas. Me senté en una banca de piedra a ver cómo pasaba el tren, y cómo los árboles se movían. Riéndose todos, menos el guardia de aquel sitio, que parecía asustado. Y es que se me habían ensuciado las botas y mi cabello estaba enmarañado y las mangas de mi suéter estaban cubiertas de lodo. Y lloraba. Estaba tan triste, porque todo era tan hermoso.
"La verdad es que esto no es verdad. Es una ilusión. La ilusión de otra ilusión. Una cuerda de la que se tira hacia atrás. Un tirar vertiginoso. Pero estoy llorando, joder, y tengo las botas sucias y la nariz roja, y al sentarme en esta banca he afirmado con coraje que esto sí es real. Y nadie me había dicho lo contrario. Oh sí, oh sí que es verdad. Tengo los dedos fríos. La verdad ha de estar en eso. En que llevo las botas sucias y el cabello hecho un lío, y en que he juntado un montón de hojas secas, sin saber para qué. ¿Pero dónde?
En la nariz roja. Por eso las madres lloran. Y había también un acceso. Eso había dicho, Horacio. ¿Un acceso a qué, para qué? ¿Por qué había que llamarle así al alejarse todavía más de lo lejano, con la persona de las manos de humo?"
Estaba demasiado cualquiercosa como para entender cualquiercosa, por eso me fui a saltar en los charcos y a jugar en los columpios. 
Había un relieve bajo. Una depresión. Y había llovido. Y la depresión se había llenado de agua. 
Cogí un puño de piedritas y me quedé con tres. Las demás las tiré desde arriba, para que salpicasen.
Me senté en la tierra, y metí la mano en el agua y toqué el paso que ahí había. 
Me puse en pie y camine de vuelta a la entrada, y cerca de la banca estaba el guardia. Me preguntó sonriendo como imagino hacía mucho no sonreía "¿Ya te vas?", y me volví, y asentí, sonriendo también, como hacía mucho no sonreía. Y me fui, le di de lado. Luego pensé que ojalá hubiese llevado las piedritas en la mano y no en el bolsillo, para darle una.
Pero ya le había dado de lado, y ya no me apetecía volverme hasta la banca para darle una piedra. 
"Se la daré luego, ni que se le fuese a poner al tren. Y si sí, los hombres le gañirán para que se quite."

lunes, 16 de diciembre de 2013

Desesperada. Torpe. Necia.
Como el frío.
 Necesitada. Necesitada de un dedo
que se atreva a entrarme hasta la tráquea.
Que me haga cosquillas en la campanilla, con eso basta.
A la una.
Y que todo salga.
Ahí, en el piso, en el azulejo.
A las dos.
Nuestros intestinos. Qué desastre más asqueroso.
Tres.
Atracadas.
Eternidades.
 
Y se ríen.
Y cómo carajos no van a reírse de la niña.
La niña pierde los zapatos y se queda dormida.
Dormida fuera, donde no es su casa. Así dicen.
Y que nos jodan a todos por eso.

"Aunque aquí entre nos, deseo desesperadamente
que alguien venga y me folle a las ganas.
Con ganas.
Y que me deje chillando.
Y que me diga "No chilles, no te amo, no chilles"
 
¿Quién no ha llorado mirando el reloj?
He matado al amor de mi vida
y lo he metido en un reloj.
Cucú.
 
Jaquean.
No se callan, no se callan.
Se crecen.
 
Gañidos. Te arañan.
Paf, se acabó.
 
 
 
 


domingo, 15 de diciembre de 2013

He revuelto todo lo ya revuelto y guardado (arrojado) dentro del baúl de roble moro que cogí de aquella cabañita que nos encontramos. 

—¿De verdad vas a llevarte eso? —me preguntaste doblándote de la risa, y el umbral, que estaba a unos muchos metros de mí, apenas se apoyaba en tu espalda— Te he vuelto loca.
—No te crezcas que ya me recogiste así.
—"¿Vas al bar? Yo quiero ir al bar. Quiero subirme en tu coche y que me lleves al bar." Y te llevé a un bar donde sólo servían cerveza, y luego, cuando ya estabas tan terriblemente ebria que le hacías platica a cualquiera, me confesaste que odiabas los bares y la cerveza.
—No me acuerdo. 
—Te recogí loca, sí es cierto. Subí a una loca a mi coche y la llevé a un bar. Olías a durazno y a licor barato, y llevabas un vestido rojo manchado de lodo, por eso te subí al coche. Y por eso te llevé a donde sólo servían cerveza.
—Ya, bueno. ¿No vas a ayudarme con esto?
—¿Para qué quieres llevarte eso, Alicia? —y ya no te reías.
—No sé, para meterte ahí cuando te mate.
—Seguro que ya han metido a un muerto ahí, antes.
—No hay nada. Ya lo revisé y no hallé nada.
—Alicia...

Estaba buscando mi caja de tizas. Creí haberla metido en el baúl, y así fue. Y que me jodan por eso.
Te maté, Z, y te metí en el jodido reloj baúl. (He escrito reloj en vez de baúl. Qué putada) 
Abrí el baúl y ahí estabas. Muerto. De tantos colores. Muerto. Irremediablemente muerto. Cucú. 
Había films. En uno de ellos nos reímos recordando ese momento en el que el bus comenzó a alejarse y nos despedimos haciendo un gesto con la mano. Nos reímos porque yo recargué la cabeza en el vidrio para ponerme a llorar, y porque tú te largaste volando. Nos reímos mucho, en el film. No me parece, de todos modos, que podamos reírnos de eso jamás.
En otro, yo llevo una camisa a rayas y tú una muy rara. Yo te molesto, poniéndote la cámara muy de cerca. Quiero fotos de tus ojos, es sólo eso. Es sólo que tienes los ojos más bonitos que haya visto. Sólo eso.
Hallé corcholatas, no sé cuántas eran pero se me caían aun juntado las manos. Recordé los días de verano. Eran una puta tabarra. Despertar, estirar la mano, coger una cerveza, sacarle la corcholata y arrojarla al baúl como actividad productiva, claro; lanzar el envase de vidrio por la ventana y pobre del que fuera pasando por ahí y pobre más de mí todavía que escuchaba todo el parloteo del vidrio contra el suelo y las hojas y las gentes..., y coger otra cerveza. Y así hasta que el sol concluía su perezoso recorrido de la puerta hasta mi almohada. Y entonces me levantaba de la cama, pisando la alfombra sucia con los pies descalzos. Y me daba pena el algodón manchado, y salía al jardín, y me sentaba al lado de la fuentecilla y encendía un cigarrillo. Había un Piyama que también resultó una puta tabarra. 

—Estoy enamorado de ti, Marcela. Podría volar hasta ti, Marcela. Aunque yo fuese Ícaro y tú Sol. Y eres Sol, y yo soy Ícaro, de verdad que sí.

El cigarrillo se apagaba, antes de la mitad, a diario. 

Es porque eres Sol, y Viento está harto de ti, por eso te apaga los cigarrillos. —me dijo el Piyama en cuanto un cigarrillo se me apagó, era la tercera o cuarta vez, y yo me le quedé mirando como si fuese un ave muerta Por eso y porque si te quedases aquí sentada por más tiempo, seguro que pondría esta corona de flores en tu cuello. Y Viento no quiere eso, Sol. porque Viento también volaría hasta ti si fuese Ícaro."

Me andaba entonces a un cuartucho que olía a libros viejos. Había un tocadiscos. Era necio, muy necio. No se podía tocar nada que no fuera de Lady Day. Ahí los cigarrillos me los apagaba yo, con las manos torpes o con los pies descalzos. Solía machacar fresas y moras y hojas y casi todo lo que hallaba y que fuese propenso a ser machacado. Me manchaba los dedos para pasarlos por un lienzo, o por las paredes, el piso, los muebles o los libros... Pasaba los dedos manchados por donde se me diera la gana.

En otro de los tantos cuartos, había una maquinilla. Ahí iba cuando las quemaduras, en las plantas de los pies y las palmas de la mano, me hartaban. A diario había una hoja nívea, bien sujeta con el pisa-papel. No llegó un día en el que la tinta se agotase. Era cosa del Piyama, por supuesto, que me amaba desde fuera, con la nariz pegada a la ventana. Lo supe porque una vez me eché a llorar sobre la maquinilla y él de tan asustado que estaba lloró también, y entró cómo pudo, llorando y gritando y se tumbó en el piso. 

De eso no se trata, Z. ¡De eso no se trata, joder!
Pero ya qué más da. Ya no me apetece escribir nada más. Y ya está. Ya ni para qué las putas tizas.




(De esto tampoco se trata, y ya no se trata de nada en realidad, ni de abrir los ojos, ni de irse fácil)


miércoles, 11 de diciembre de 2013

"No todos suben a la azotea...", así dijo. Y es cierto. Y que nos jodan por eso.

Era la 1:25 a.m y salí a buscarte, a tu casa, porque Creta se había puesto a gritarle otra vez al tejo y qué fastidio porque Dédalo fabricó unas alas con cera e hilo para él y otras para Ícaro y le dijo que no volase alto porque el sol y que no volase bajo porque el mar. Y qué pena porque todos sabemos que Ícaro voló alto y el sol le jodió las alas y movió los brazos y en vez de volar se cayó al mar. Y de verdad que qué risa.
No te lo vas a creer, o quizá sí, pero me había dejado los zapatos en el charquito ese, o debajo de aquel montón de tierra. No me acuerdo, pero el caso es que iba sin zapatos y de la arena brotaban plantitas verdes y yo las pisaba, porque quería pisarlas y ya está.
Llevaba crispetas saladas en uno de los tantos bolsillos del pijama, porque sé que te gustan. En lo que pisaba las plantitas verdes, me echaba a la boca una o dos, pero de mantequilla. Porque pensé que quizá te tenían muy harto ya y que si te las daba te tirarías al piso, y que empezarías, como si estuvieses masturbando a la tierra, a hacer un agujerito con los dedos. Pensé en cómo cogerías las crispetas y las pondrías ahí.
Es que siempre he querido tener un árbol de crispetas de mantequilla, y me apetece tenerlo aquí. He visto el sitio y he pensado ''Eh, es aquí donde ha de estar el árbol de crispetas... de mantequilla.''
Pero qué joda porque no te encontré en casa. Ni en la azotea ni con la nariz pegada a la ventana. No te encontré..., y de todos modos las crispetas ya venían frías.
Supongo que saliste a buscarme por las esquinas de tu calle, (y es que quién sabe cuántas esquinas tenga tu calle) creyendo que olía a crispetas recién orneadas.
Supongo también que te perdiste por el camino. Viajar a ningún lugar es complicado, y es que, K, no me buscaste nada más en las esquinas de tu calle.





(No sé por qué no nos encontramos, Kölmen, si andábamos sobre los mismos pasos)

Kölmen