lunes, 31 de marzo de 2014

Se tumbó en el piso y comenzó a martillar con su cabeza los vidrios que habían quedado de cuando un cuervo se estrelló contra la ventana, del lado derecho, y la rompió. 
Y chillaba, chillaba mucho. Y martillaba.
Y yo también chillaba. Y me reía, me reía mucho.
Hasta que se detuvo. 
Me tumbé en el piso, cerquita de él. Sus dedos fríos debajo de mis rodillas.
El piyama tenía pinta de cuervo. 
"¿Has sido tú el que me ha roto el lado derecho de la ventana, eh? El otro día te estrellaste contra la ventana, ¿a que sí?"
Me puse en pie, y salí del cuarto con los pies hechos nudo. El frío me dio una sacudida terrible, "Entiéndelo como un 'Sí' , y olvídame." me caí de bruces contra el pastó, se me reventaron los nudillos contra la fuente. 
No sé cuántos días pasé tirada en el pasto. Cuando desperté tenía una maraña de cabello y hojas, y el cuerpo amoratado, los labios agrietados y la ropa roída, y unas ojeras terribles. Tenía pinta de haberme muerto en domingo.
Lo primero que vi fue una luciérnaga, que subía, y bajaba, y echaba humos. Un cigarrillo.
Un monstruo que ladeaba la cabeza, que fruncía el ceño. Un monstruo.
Me puse de pie y le miré sin entenderle. 

—Creo que me he encajado una piedra...
—Ya cállate con la piedra, tonta, o la tomaré y te la meteré en la garganta.
—Tus ojos... hay que hacerles el mismo enfoque que a la luna.
—Ya sabía yo que eras un poco inestable.
—Tus labios tienen un pleito con los cerezos, ¿a que sí?
—Siento que no estás bien.
—¿Cómo se siente eso? 
—Como si te cantase que brillas, que brillas lindo y que brillamos juntos. Luego de follarte. Pero sin que brilles.
—El piyama se ha golpeado contra el suelo...
—Sí, se ha muerto. Lo metí al baúl, no sé si te importe.
—No, no.
—Venga, mete tus cosas en una maleta, que nos vamos de viaje.

Fui a meter mis vestidos rotos en una mochilita azul, tal y como el monstruo me lo había pedido. Fue ahí cuando me di cuenta de mi lastimosa apariencia, cuando me vi en el espejo sucio y cuarteado. Tenía un sabor a vomito atorado en la garganta. Me anudé el cabello a la altura de la frente y me puse labial rojo. Sonreí e hice temblar el espejo de manera lamentable. Cogí la mochila, y cuando me volví al patio, ya no le encontré. 
Me senté al lado de la fuentecilla y me fumé un cigarrillo tras otro. Ya no había quién me los apagara a la mitad, a la tercera calada.
Hacía casi un año que no salía de casa.
Salí para irme a encajonar a otro sitio. Tomé una barco, un barco que se estaba pudriendo y que iba a dar a París. Me pasé los días en encerrada en mi pequeño camarote que olía a sopa fría. Salí una vez nada más, a buscar cigarrillos, era de noche y estaba borracha. Me tumbé en el suelo e hice un berriche. Un hombre de ojos saltones y cejas tupidas salió de su camarote. "Eres como una niña berrinchuda de seis años, joder."

Alguien tocó a mi puerta. "Hemos llegado, salga de ahí si sigue con vida.", gritó. "No tengo vida, estoy muerta. Irremediablemente muerta.", le contesté también gritando.

Fui a dar al Pont Des Arts. Llevaba un vestido negro que a causa de quiénsabequé se había vuelto gris, y encima una polera desgastada. Me había sacado los zapatos al bajar del barco, así que andaba sin zapatos por los suelos helados de París. 
Con las manos frías, adheridas a la baranda me doblé lo más que pude. Me llene los pulmones de un vapor cortado que flotaba sobre el agua. Me incorporé. Hacía mucho frío. Había alguien parado a unos centímetros, detrás de mí.
Y el monstruo llevaba un suéter a rayas, gris y negro, que se reflejaba en el agua, y el humo que expulsaba de su boca me golpeaba en la nuca. Hacía mucho frío.





















"No juzgo, ni nada, pero siento que no está bien"

miércoles, 19 de marzo de 2014

Déjame, primeramente, que te hable sobre los tornados; esas avernales masas, a las que les van tan bien los desechos y el polvo, que remueven tierras, que arrancan hogares, que le arrebatan los niños a las madres desoladas que no paran de chillar.
Esas malditas masas de infinitas bocas entreabiertas, teñidas te rojo, con cabellos que se alzan y no danzan, no danzan. Que tragan árboles, que desprenden corazas y vestidos, que no nada más se llevan las corazas y los vestidos, que se lo llevan casi todo, menos la miseria. Esa sí la dejan. Y los huesos cansados, los cansan todavía más, y los roen.
Y, joder, esa puta manera que tienen de girar sobre sí mismos, con tanta violencia que lo pies se nos acurrucan en el pecho. Lo vuelven todo soledad y escombro.
Peor que morirse en una de esas masas de aire, es salir vivo de ellas.





Déjame explicarte ahora
porqué soy de
aire.

lunes, 17 de marzo de 2014

Por tu boca se llega a España.

Y no hace mucha falta darle de caladas al cigarrillo para que la vida nos sepa a especias dulces.
Como cuando el café queda tan amargo que empalaga, 
y el humo escoce la garganta, 
y los pies se cansan,
y los nudillos se quedan amoratados, 
y las venas se saltan,
y los huesos pesan aunque estén roídos.
Como cuando de un salto y tres pasos ya estás sentado a mi lado, 
mirándome como si me fuese a hacer pedazos en cualquier momento,
poniendo la mano encima de mi libro y preguntándome que si a caso nunca voy a dejar de fumar.
Y es que qué habilidad más cabrona la tuya de pegarme el frío, 
de sentarte a mi lado a eso de las ocho y cincuenta,
y caminar por las calles a mitad de la madrugada.

Que la vida es una cuerda, me dijiste, y nosotros los equilibristas.
—Yo voy primero, ratoncito, para ver si es seguro.
Tú no sabías.
—Pues me parece que está bien.
Que iba a empujarte cuando ya tuvieses los pies en la cuerda.















                                                        —Te quiero de todos modos, Reum, te quiero.