domingo, 28 de enero de 2018

mira la ciudad, qué sucia

todo está teñido de ese ridículo amarillo,

las luces parpadean hacía adentro,

para sí mismas
y para mis ojos
y los tuyos
y los suyos

roto 
tres veces sobre tu eje,

busco mi luz,
encuentro tu sangre,
su semen
y mis lágrimas

el arte de

estar


y no

estar
en ningún sitio,
a ninguna hora,
y
por ninguna razón en particular






Hace un año la vida eran tornados, huracanes, mi casa sus camas,



pero más que cualquier otra



esa cama,



esa lavanda en la entrada;



hoy la vida son ruinas,



porque no cuela

nada más que un montón de escombros,



y una sonrisa que brilla como el sol a través de un caleidoscopio,



y un par de ojos cansados que guían su vista con las manos,



que están pero no se quedan,
porque no cuela.

sábado, 20 de enero de 2018

Trenes.
La vida ha sido eso, 
trenes.
Trenes que van llevándose y trayendo de vuelta a la gente, y conduciendo indebidamente a los más infelices al cielo,
 Le ciel est sur le chemin.
Mientras yo me quedaba con los zapatos rotos y mojados, sentada, con la cabeza metida en la brecha, donde se juntan la banca y la pared, sacándola cada cierto tiempo para darle una calada al cigarrillo. 
Oyendo, y muy apenas, la tonada y la insufrible letra de una canción corriente escrita por un hombre que lleva muerto treinta y tantos años, y por otro que supera los setenta. 
Who knows how long I've loved you. You know I love you still.
Y un brazo que se alarga, y sobresale fantasmalmente de una ventana.
La palma de una mano que acaricia una nuca, que podría ser la mía, con brutalidad y dulce insistencia.
He tomado tantos trenes.
 Tantos trenes.
Desconozco, y con razón,
 dónde es que he ido a parar esta vez.
La gente habla raro. 
Todo huele a sopa fría,
y nadie sabe follar muy bien


viernes, 19 de enero de 2018

El mundo no deja de ser el mismo, 
siento sobre los hombros las manos frías de la pesadez,
de los siglos que me arrastran al compás de una melodía grave que rebota contra las paredes de un pequeño bar al que hay que llegar subiendo unas escaleras de caracol hechas de madera 
y a lo bruto, 
por la desesperación del encuentro con la terraza,
 por la desesperación del encuentro con la cornisa y luego el frío, apacible asfalto,
 y la melodía es chillada por un violín al que le falta una cuerda, 
y el sonido se asemeja al de mi alma cuando llora la muerte que me fue concebida junto con esta vida.
Por eso me pregunto, mientras mezclo con un movimiento de muñeca absurdo mi bokbunja
 que ahora dibuja de mis piernas al suelo un charco de lo que podría ser sangre,

cuántas cuerdas me faltarían si fuese un violín, o cuántos de mis frutos se estarían pudriendo en el suelo de ser un árbol.

Alguien me mira desde el otro lado del bar, y camina entre las personas holograma, sosteniéndose en las paredes musgosas para no tropezar con las tizas, para no resbalar con las canicas, sólo para agregar al poema que parece que algo busco.
Y lo que busco es perderme en la profundidad de la maceta de menta, con las lombrices y las colillas de cigarro.
Vosotros ni os imagináis lo que es estar al lado de uno de ustedes,
y tener que pretender que la loca es una... 

Alguien alguna vez dijo que como seres con alma, 
era responsabilidad nuestra alimentarla 
y el arduo trabajo nos sería recompensado con el
 espíritu.


Y vosotros que se pudren a diario...


Y yo que me pudro con
vosotros.