Hicieron las maletas y se subieron al primer tren que iba a dar a alguna estación, para así coger otro tren, y luego muchos otros más.
45 días, y 7 horas.
Y Caube estaba muy contenta viendo como los árboles parecían descomponerse, por la perspectiva suya desde la ventanilla así parecía.
Pero Tai estaba tan fastidiado de cómo le hablaba a Caube y de como ella respondía "¡Ese se desintegró más de prisa, Tai.", y Tai no quería hablar de desintegraciones porque de por sí le daban miedo los trenes; entonces abrazó a Caube y le plantó un beso a lo bruto. Y Caube se separó de él carcajeándose. "Eres como un animalito tonto, Tai.". Y Tai se enojó tanto que se cambió de asiento con el señor gordo que venía detrás de ellos. Y el señor venía con una vieja desganada que fue en algún momento el amor de su vida.
Y el señor gordo estaba muy contento escuchando a Caube hablar de peces y copos de nieve. Y Tai estaba más desanimado todavía viendo ahora a la vieja que dormía con la boca abierta y que bufaba con la cara pegada a la puta ventana.
Caube se quedó dormida antes de las 6:00 p.m. Se le había vuelto maña y a veces era una putada porque si eran las cinco todo estaba muy bien y Caube bien despierta. Y ese era el momento de regresar a casa. Pero a veces la hora se les pasaba y el sol se metía poquito y Caube preguntaba "¿Qué hora es?" y Tai, tonto, tonto Tai, respondía "Son las cinco con cuarenta y cin...", y Caube se dormía de golpe. Como si le hubiesen chasqueado los dedos o una cosa así.
Y cuando Tai la vio pegar la cara a la ventana como la vieja hizo un sonido extraño entre suspiro y gruñido. Y el viejo volteó y le dijo "Apuesto a que siempre hace esto, porque hace unos 2 minutos estábamos hablando muy bien y todo, y de repente pegó la cara a la ventana y adiós, al rato me vuelvo y seguimos con lo de los gatos calculistas. Y tú has visto que se ha quedado dormida y has hecho eso con la nariz y la garganta."
Tai le concedió la razón, diciéndole que sí. Que él quería ayudar pero que era una lata cargar con alguien así.
—Esa vieja que tienes al lado era una cosa especial, vos entendés. Y mira. [...] Pues vete, hijo. Yo digo que te vayas, yo me quedé y mira. Yo probé con quedarme, tú prueba con irte. Hay una estación cerca, a unos 5 minutos, y la niña me dijo que van a París. Aquí no hay por qué bajar. Pero pues sí, tú bájate en esa parada y toma un tren a cualquier otra parte. Prueba con irte y veme a ver en unos 5 años, para que me cuentes qué tal todo, yo creo que aquí sigo, pero ya sin la vieja. Se está muriendo, tiene los pulmones negros y chupados, como manzanas secas.
—... ¿Usted por qué se quedó?
—Por amor, hijo. Pero eso se acaba. Y tú dices que te quedas para ayudar, pero esas ganas se acaban primero que las otras.
(Entonces sí, sí hay un título para todo
porque incluso la ausencia se llama ausencia,
y quizá era eso lo que querías gritar, Néstor.)