viernes, 26 de diciembre de 2014

Dánae.

Quise culpar a febrero por mi pérdida,
pero algo en el ambiente, en el vapor frío que se escapa de mi boca entreabierta,
me advirtió
que si algo era, fuera lo que fuese,
no era febrero.

Y tu sonrisa quebrada y burlona negaba que yo hubiese perdido cualquier cosa.

Traté de entender tus ojos, con un cigarrillo anclado en mis parpados,
y algo en las pocas luces de esta pequeña ciudad me aseguró que sangras.
Que sangras a gruesas gotas oscuras.
Que tus ojos, puertas al manicomio, se abrieron a las noches mediocres de este mundo desde hace tanto...
Y sin embargo, te paseas por la casa con tus medias rotas y el cabello hecho una maraña,
sonriéndole a los espejos, de madrugada.

Eres como un incendio a mitad del bosque, mujer, como un incendio: condenada a tu carne en mi carne, a tu espíritu en el mío.

En mi intento absurdo por unir tu cuerpo al mío, tú ni siquiera intentas tocarme, ni siquiera intentas engañarme. Como confesándome que en ti, para ti, el mundo ya se ha acabado de morir.


Y sangro, yo también, a gruesas gotas.
Y mi voz, de golpe, es esta:
¡Yo es que ya no sé rogar, ya no sé suplicar, ni por mí misma!
Les pregunto, si no están ya muy hartos del color de mi sangre.
¡Yo es que ya no sé rogar, ya no sé suplicar, ni por mi propia miseria!
¡Oh, este viento esta cortándome la piel!

Quemo mi alma.
Tantas pupilas nauseabundas que me rodean a esta hora, que se quedan mirándome languidecer.
Morir.
Tan lejos de aquí, tan lejos de ti,
y cerca, muy cerca, de las jaulas en las que vivió mi corazón.

¡Pero rápido!, ¡que se acabe este absurdo!
Para así volver a ver su sangre en mi sangre,
y gozar de otra sombra, de su codiciada sombra, más suave y más propicia que mi penoso temblor.
Pero, por favor, que yo vuelva allí.
La ausencia se extiende hasta donde me alcanza la vista, pero
sé que me esperas, allá lejos. Más lejos.

"Y
que
el amor de Dios
esté
con usted",

me dicen.

viernes, 12 de diciembre de 2014

Juro no haber escuchado nada más brutal y precioso que el jadeo férreo de aquel tren.
Pienso, entonces, en una playa fría.
Y me pregunto, entonces, ¿qué hace una playa irrumpiendo en las vías?
Es un niño. Esta mañana, jugando, se fue de boca.
Quien llora es un niño.
Me pregunto, entonces, ¿por qué el agua salada nos hace llorar?
Como si tuviésemos el cuerpo cortado.
Y estamos
llorando los
colores de otro cielo.
Llévame a casa sobre tus hombros.
Muéstrame la noche con los dedos en mi espalda.
Te veo recorrer un pantano lodoso, y prometes bajar en la próxima estación,
Me parece que el viaje no fue viaje,
ni fue nada.
Y temo, porque
el único viaje que en mi cabe es en el que vas tú, con tus labios,
como único pasajero.
Pienso, entonces, en todos los que sostuvieron mi brazo con firmeza,
suplicando "No, por favor, no te vayas",
y en cómo siempre obedecí. Siempre me quede.
Sentada a la mitad de un escenario oscuro.
Con el sol deslizándose por mis manos frías.
Los demonios ocupando sus propios asientos entre el público.
Un teatro ocupado por tantísimos,
que son yo misma.
Todos los agujeros por los que respiro parecen estar rotos.

Y me hinco, para suplicarle a Dios, que sea la última vez.

Me abrazas por la espalda, sin preguntar nada si quiera.
Te miro,
de rodillas en el suelo, tal como yo.
Y me giro,
para abrazarte.
Y lloramos los colores de otro cielo.