sábado, 20 de enero de 2018

Trenes.
La vida ha sido eso, 
trenes.
Trenes que van llevándose y trayendo de vuelta a la gente, y conduciendo indebidamente a los más infelices al cielo,
 Le ciel est sur le chemin.
Mientras yo me quedaba con los zapatos rotos y mojados, sentada, con la cabeza metida en la brecha, donde se juntan la banca y la pared, sacándola cada cierto tiempo para darle una calada al cigarrillo. 
Oyendo, y muy apenas, la tonada y la insufrible letra de una canción corriente escrita por un hombre que lleva muerto treinta y tantos años, y por otro que supera los setenta. 
Who knows how long I've loved you. You know I love you still.
Y un brazo que se alarga, y sobresale fantasmalmente de una ventana.
La palma de una mano que acaricia una nuca, que podría ser la mía, con brutalidad y dulce insistencia.
He tomado tantos trenes.
 Tantos trenes.
Desconozco, y con razón,
 dónde es que he ido a parar esta vez.
La gente habla raro. 
Todo huele a sopa fría,
y nadie sabe follar muy bien


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